Cuando parecía que el subgénero carcelario no podría engendrar nuevas
grandes obras, de tan reducido el epicentro espacial de sus historias y
exprimidos los mecanismos dramáticos de sus registros expresivos, desde Noruega
llega a las pantallas del planeta una película a tener en alta consideración,
como La isla de los olvidados.
El largometraje del realizador Marius Holt, de estreno en Cuba, en
realidad supera el canon de cinta carcelaria y se sitúa en los bordes del mejor
cine social y el drama psicológico, como de hecho también fueron varios buenos
exponentes precedentes del subgénero, sobre todo de factura europea.
Lo narrado en La isla de los olvidados, con pasión dickensiana y el
aliento del mejor Victor Hugo, sucedió en la isla-prisión de Bastoy en 1915,
peor que la de Papillón, cuando los niños y adolescentes encerrados en este
reformatorio se levantaron en masa contra sus carceleros, cansados de abusos de
todo género, incluidos los sexuales, aunque no menores los espirituales dado su
propensión a quebrantar la humanidad de muchachos quienes en algunos casos
estaban recluidos allí por el único delito de sustraer dos mendrugos de pan.
Resultado: una matanza, punible como todas; pero comprensible dado el estado
implosivo los adolescentes.
Heredero de la tradición de un género fuertemente codificado, Holts por
supuesto abreva, sobrescribe; pero también reinventa. Mérito suyo es que filma -cuanto
en otras manos corría el riesgo de quedarse en un telefilme de History Channel-,
de manera firme, brillante, con sensibilidad para la elipsis y el fuera de
campo, la remisión al detalle, excelente fotografía y banda sonora.
La presencia del actor sueco Stellan Skaargards en el rol del alcaide
del centro penitenciario compensa desde el punto de vista profesional las posibles
carencias de esta pléyade de actores jóvenes, con quienes Holts debió trabajar
más en la interiorización de personajes que precisaban en algunos casos menos
gelidez y mayor exteriorización de sus via crucis internos, no obstante y todo
se esté cartografiando una geografía donde dichas muestras no deben salir a
superficie y el cine nórdico en general no se caracterice por tales
extroversiones.
La isla de los olvidados, vista en contexto, representa la nueva
confirmación del magnífico estado de salud de la creación audiovisual en esas
latitudes. Y no se apunta aquí a la sobrevalorada trilogía Milenium, sino a
recientes dramas psicológicos de relieve facturados en Dinamarca, Suecia y
Noruega, en lo fundamental; así como a estupendas series televisivas danesas,
varias de ellas adaptadas ya por las cadenas de cable estadounidenses.
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