“La creación es un pájaro sin plan de vuelo, que jamás volará en línea
recta”, contesta Violeta Parra, como parte de la entrevista televisiva que
conforma una de las subtramas del filme chileno Violeta se fue a los cielos,
del realizador Andrés Wood, presentado dentro del Festival de
Cine Latinoamericano.
Así, sin plan de vuelo, discurrió la azarosa vida de este pájaro libre
latinoamericano, quien extrajo del vientre de la Araucaria los sonidos de
sus palabras limpias, la textura agreste de su naturaleza salvaje, el gemido
intenso del viento y los árboles centenarios por tanto indio caído en las
sabanas, montes o acantilados.
Y en ese retrato al óleo con escáner incluido de la artista que es su
filme, justo de tal modo nos dibuja Andrés Wood a la Parra, la excepcional
cantautora latinoamericana quien de su salvaguarda del folclore y su rescate de
lo esencial antropológico hizo blasón y emblema autorales, signo demarcatorio e
identario de un territorio de todos convertido en privado, al infundirle la
savia de su grandeza, el genio de aquella feraz imaginación creativa y también
la chispa de esa locura subyacente bajo algunas capas de su ser.
Entre los más aportadores directores chilenos de la actualidad, con seis
filmes previos entre los cuales destacan La buena vida o Machuca, Wood ha
germinado en Violeta se fue a los cielos una obra a perdurar, en tanto su
aproximación a la Parra
discurre fuera de los trillados lugares comunes del género biográfico, para
recurrir en cambio al sentimiento, a lo ontológico, a la humanidad del
personaje.
Los tres buenos guionistas que coescribieron junto a sí el libreto
eliden los patrones ortodoxos del orden cronológico, el recorrido detallado del
arco vital del personaje, el encuentro con aquel escritor, su ingreso a
determinada filiación, en fin los parámetros habituales. De cierto, casi todo
está, pero sobre tiralíneas, sin explicar la imagen ni compulsar al espectador
a detenerse en cado tramo vital de la
Parra.
Con dicho objetivo factual, más didáctico que nada, el director apela al
recurso de la entrevista televisiva antes mencionada, la cual se hace extensa,
reiterativa y puerta abierta a ciertos subrayados y respuestas de la
cantautora, las cuales por momentos pisan la delgada línea que separa lo
poético de lo cursi. Otro problema del filme radica en el congestionamiento de
textos musicales de la artista insertados dentro del metraje, no siempre en el
momento más indicado. Sin embargo, su clásico Gracias a la vida,
paradójicamente queda desplazado a los créditos de cierre.
Dificultad mayor guarda relación con el lavado ideológico del filme. Sí,
queda claro que el personaje es de izquierdas, de hecho un gran símbolo de la
izquierda aunque aquí no lo mencionen. Mientras otros aspectos quizá menos
determinantes son recalcados, a este lo llevan por la tangente, como de
soslayo. De acuerdo, no resulta el propósito del filme, pero es que parte de la
misma poética de Violeta resulta consecuencia de su visión ideológica. No puede
hablarse de Ray Charles sin ponerle sus gafas. Y la última limitación estriba
en la demasiada importancia concedida a la historia de amor de Violeta y el
suizo. No juega con el timbre de la historia. Acaso pesa demasiado; acusa un
tufillo a búsqueda de público, inconsecuente en cinta tal.
Empero, existen más elementos para alabar al realizador que para
censurarlo, en tanto Wood, original y despierto a nuevos descubrimientos
narrativos en un subgénero tan recorrido, no traza aquí una hagiografía
hollywoodense. Su Violeta habrá ido a los cielos, pero conoció el infierno y
poseyó rasgos morales detestables, bien que lo sabe. Por tanto, su película,
inspirada en el libro homónimo de Ángel Parra, hijo de la mítica chilena, no se coarta en transmitir el egoísmo de la
compositora, cantante, folclorista y pintora (las escenas cuando presenta su
cuadro al comisario del Museo del Louvre, y de su mismo suicidio, a metros de su hija
menor, lo grafican bien); esa mezquindad que denota cuando se le muere otra
niña pequeña y prosigue por dos años su gira europea; la humillación voluntaria
ante un joven amante 18 años menor; su volubilidad; sus vaivenes emocionales.
La vida de esta mujer, su infancia lóbrega, tampoco contribuyeron a contentarle
demasiado la vida, pese al esfuerzo suyo por encontrar la alegría cotidiana proporcionada
por el trabajo: quizá su único aliciente vital y resorte prolongador de su
existencia hasta la derrota final de la tristeza y la anulación de aquel
disparo final a sus cortos 49 años
Todo esto, el cosmos caótico e inasible de la firmante de Maldigo del
alto cielo, queda harto bien definido en el relato, mas nada hubiera sido igual
sin la presencia de la actriz Francisca Gavilán en el rol central. La
intérprete se trasfunde en el magma emotivo del personaje e interioriza sus
pulsiones, toma su piel, entona las canciones de la Parra con su voz y compone
en definitiva de forma prodigiosa al conflictivo e intenso personaje asumido.
Sería difícil imaginar otra Parra más grande que la Francisca.
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