Además de la execrable Fuga (2006); la en extremo sobrevalorada Tony
Manero (2008) y la mucho más solvente Post Mortem (2010), el realizador chileno
Pablo Larraín cuenta en su breve filmografía con el largometraje No, estrenado
en 2012 y de estreno en las salas cubanas esta semana. Las tres últimas cintas integran
su llamada Trilogía Pinochetista y No, de manera específica, va sobre el plebiscito
que, en 1988, debía determinar la anuencia o la renuencia del pueblo chileno al
mantenimiento en el poder del dictador, instaurado en el cetro presidencial
gracias al golpe de Estado del 11 de Septiembre de 1973 contra Salvador
Allende, elegido en las urnas.
Urdido por Washington, el ataque a La Moneda constituyó el preludio de un nuevo Chile
al viento del capitalismo salvaje; solo que en el caso austral, el imperio tuvo
un peso desacostumbrado en el apuntalamiento de su economía, con el objetivo de
demostrar que la alternativa política que proponía para el subcontinente era la
viable en términos de supervivencia financiera.
De manera que, pese a los miles de muertos y desaparecidos, las
torturas, los silencios obligados…, algunos sectores favorecidos en dicho plano
-merced a la función nacional de cobaya de la Escuela de Chicago de Milton Friedman-, y por consiguiente provistos de
poder en esferas principales de la nación, respaldaban al dictador.
Aunque a la larga triunfó la opción del No a la hiena asesina
pinochetista, con el 55 por ciento de los votos populares en su contra, nada
fácil fue dicha decisión, en medio de un país de profundas divisiones sociales,
todo lo cual Larraín grafica desde los puntos de vista antónimos de dos equipos
distintos de publicistas. Dentro de uno de ambos bandos resulta figura central
el personaje incorporado por el actor mexicano Gael García Bernal, en una de
sus composiciones menos afectadas y creídas de los últimos años en su asunción
de este creativo de la campaña opositora contra el tirano.
El plebiscito del 5 de octubre de 1988 representó un hito político,
ideológico, social en la historia de Chile y de América Latina. Larraín, buen
conocedor del pasado de su país, pese a ser hijo de altos cargos de la derecha
chilena, lo sabe bien; de tal que arma en No (ganadora del premio a la mejor película de la Quincena de Realizadores
en Cannes) una obra fílmica respetuosa, veraz y bastante objetiva en cuanto al
decurso del acontecimiento. Hábil mixturador de lo fictivo y lo documental, el realizador rodó con una cámara de
vídeo UMATIC de 1983 -formato en franco desuso-, en pos de establecer puentes
dialogísticos entre las imágenes de archivo y las de la ficción.
Plus de valor de No es que funciona en tanto
parábola del poder de la imagen en función de apoyar o derrocar un status quo;
de la manipulación o la afirmación sobre la base del fotograma publicitario.
Eso queda explícito en las campañas políticas de ambos lados del espectro
político chileno -aquí mostradas mediante fidedigna mirada-, en Santiago hace
26 años, las cuales de alguna manera fueron premonitorias del alcance bestial
adquirido por estas en la actualidad.
Larraín en la ficción, complementa en No el
extraordinario quehacer documental de Patricio Guzmán sobre la historia
chilena, sus luces y sombras, sus cismas, duelos y alegrías.
El cuarto largometraje del joven director
suramericano, basado en un guion de Antonio Skármeta, no solo es ejemplo de
buen cine; sino además de consecuencia para con el legado y el futuro de las
naciones latinoamericanas.
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