Olivier Assayas, el
mismo que hace casi cuatro décadas fuera entrevisto por la revista Cahiers du Cinema -de la cual fue uno de
sus críticos más polémicos- como uno de los cineastas a tener en cuenta al
inicio del tercer milenio, luego de la por casi todos elogiada Finales de agosto, principios de septiembre,
se apareció en el 2000 en Cannes con su Los destinos sentimentales, amodorrante
película parcialmente lograda. Es esta una ambiciosa obra sobre el paso del
tiempo y su reflejo en una pareja vinculada al incipiente desarrollo industrial
de la Francia
de las décadas iniciales del pasado siglo. El filme descuella por su portentosa
descripción y reconstrucción de época, su pulcritud técnica, fotografía e
iluminación y, sobre todo, por las poderosas composiciones de los personajes
centrales por Charles Berling y Enmanuele Béart. Empero, resulta sobremanera
lastrado por su decisión indeclinable de nunca acabar, que lo hace, en sus tres
prolongadísimas horas en tempo de
cine francés, ser ora bamboleante, ora tautológico, ora redundante.
Los destinos sentimentales (Les destinées sentimentales), de haber contado con un guión más atildado y un
montaje más cauteloso, hubiera sido una interesante pieza sobre la incidencia
en la pareja de los años con toda su carga de factores externos atentatorios de
la estabilidad en la unión: conflictos laborales, estallidos bélicos,
enfermedades, quiebras financieras, enfermedades, infidelidades...
Sin embargo, a pesar de
su abotargante metraje, consigue inyectar a su tejido dramático una sutil veta
nostálgica que la levanta mucho en las postrimerías, decididamente la zona más
conseguida del filme. Hay mucho aquí de
la vida y sus cosas más caras: la unión entre dos seres; el acompasamiento
espiritual en que las vueltas del calendario meten a dos; el desvelado total de
dos almas que contribuye mucho al ahorro de palabras y a la telepatía
espiritual. No importa que a ese estado
se llegue ya sin verdadero amor, y esté revestido más bien de afecto que de romance. Bastante de amor debió haber antes, para
siquiera arribar, entre dos, a ese momento.
Este cuadro familiar
(con, por etapas, visos viscontianos), basado en la novela homónima de Jacques
Chardonne, está provisto de un delineado estudio de personajes, que se
manejaron en el papel y fueron defendidos por sus intérpretes con fuerte
convicción, que coadyuva asimismo a la defensa de un cuerpo fílmico
ambivalente: trazos maestros en medio de un lienzo difuminado por su
irrefrenable desdén por la contención.
No hay comentarios:
Publicar un comentario