Esta blog, alérgica al dato
factual y más proclive a mirar las subyacencias o evidencias detrás y delante
del fotograma, cree pertinente sin embargo consignar en esta ocasión algunos
elementos de Baaría, el filme reseñado, teniendo en cuenta que no son comunes en
una producción europea, salvo excepciones.
Baaría (2009) es una
superproducción italiana, con un coste de 26 millones de euros financiados en
parte casi íntegra por una compañía propiedad del mandatario Silvio Berlusconi,
200 técnicos, 215 actores, 34 mil extras y mil 431 músicos al pie de las partituras compuestas por Ennio
Morricone, cuyo guión -a cargo del realizador Giuseppe Tornatore-, rastrea
siete décadas de historia nacional. Todo lo anterior resulta apreciable, para
bien y para mal, en la solución iconográfica de la película, su grandilocuente
puesta en escena, sus raptus sonoros ya algo fuera de moda a este escalón de la
montaña fílmica y su extraordinaria labor de reconstrucción epocal que zambulle
de pleno al espectador en el corazón de la Sicilia rural de décadas pretéritas.
Tornatore (Sicilia, 1956)
continúa siendo -siempre lo fue desde la mismísima Cinema Paradiso (1988)-, un
singular mañoso quien no solo sabe doblegar volitivamente al espectador, sino
el cual es capaz incluso de provocarle un escalofrío emocional a los que por
oficio sabemos ya por dónde van tono y líneas de su relato no más correr cinco
minutos del pietaje.
El cuño Tornatore
(costumbrismo, melodrama, folclor, pintoresquismo, nostalgia, infancia,
realismo mágico, fábula, sátira y pinceladas líricas de la historia peninsular)
fue devaluándose al paso de los años y parecía no poder exprimirse más luego de
Malena (2000).
Pese a ello, todavía una
cinta similar a Baaría -intento cuasiépico, sacrificado pero caricaturescamente
simplificador e ingenuo en demasiados rasgos, de configurar un extenso fresco
histórico a lo Bernardo Bertolucci, Sergio Leone, Dino Risi o Mario Tulio
Giordana en Novecento, Erase una vez en América, Una vida difícil o La mejor
juventud- puede funcionar: al menos en el sentido de conmover e interesar a un
espectador propenso a seguir la historia familiar observada por el filme, desde
la década del ´20 hasta los ´90. Al margen de esta asaz onírica Sicilia (foco
espacial de la trama) donde Benito Mussolini asemeja un bobalicón objeto de
mofa pública, la mafia es entidad esotérica sin peso y el Partido Comunista un
eslabón suelto cuyos miembros piensan mucho en su curul parlamentario
Deformaciones históricas a
un lado, el buenazo de Tornatore, con sabrosas ganas etno/entomológicas, echa
mano a un poco de todo y nos hace recordar al naturalismo italiano en cada
expresión de sus personajes. A los gritos de la Mangano y la Loren entre los arrozales
amargos o las abiertas Roma/Nápoles. A la también saga familiar viscontiana
Rocco y sus hermanos. Al realismo mágico de Milagro en Milán, del maestro De
Sicca; a aquellos inefables conejos de la manga del universo Monicelli….
Su italianada de 150 minutos
se deja querer, porque uno, en complicidad con el director de Están todos bien
(1990), sabe cuánto de amor este hombre siente por el cine nacional, los
homenajes tributados dentro de sus fotogramas y la pasión experimentada por su
país y su natal Baaría: pueblo cercano a Palermo donde él nació.
Ha dicho el caro Giuseppe de
Baaría: “No es una autobiografía, sino algo más íntimo y personal. Lo que
elaboré en mi memoria son las experiencias con personajes que conocí: es un
homenaje a mi pueblo. (…). Lo más autobiográfico está en la secuencia en la
cual el protagonista lleva a su hijo de cinco años a ver una película por
primera vez. Es la que me toca más profundamente porque cuenta cómo nació mi
pasión por el cine.".
Tornatore será un gran
truhán emocional, jugará con nuestras nostalgias y querencias, pero fuera yo
mentiroso si escribiera que lo que siento hacia él es desdén o antipatía. A su
misma edad fui con mi padre a la sala Luisa de Cienfuegos a ver el filme de
corsarios y piratas Contra todas las banderas. Gracias al viejo, al Cine y a
Giuseppe también.
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