Stetsí constituye el vocablo
checo para designar la felicidad. Se supone que el septuagenario realizador
Jiri Menzel y su equipo hayan tenido mucho de aquel (lla), durante el rodaje de
su comedia Yo serví al rey de Inglaterra (2006), por el desenfado abierto de un
relato erigido en mancuerna sobre la espalda del humorismo tragicómico
primitivo e irónico marca de fábrica del realizador bohemio desde su oscareado
debut en Trenes rigurosamente vigilados (1966), y las extremidades del
fundacional código corte golpe y porrazo Sennett´s copyright: a cuya factoría
rinde homenaje mediante la hilaridad semipueril generada en disímiles
situaciones concebidas desde una elocuente apertura -a un no menos testificador
de intenciones- cierre en iris, o escenas filmadas haciendo empleo de pleno protodiscurso genérico
silente.
Pues sí, aunque no la más
madura, ésta su obra de la veteranía (supongo ya ni en la propia Praga se
acordaban del añejo blasón del “nuevo cine checo” de los ´60) contagia alegría,
relaja, distiende, opera un efecto lisérgico sobre los sentidos..., si bien no
rebasa dicho estadio primario del género. Extráñase aquí tanto la densidad, el
peso alcanzado en precedentes adaptaciones de Menzel al cuerpo literario-fetiche
de Bohumil Hrabal, como sus leves dosis de vitriolo a discreción; pues lo que
en principio iba de acíbar acaba en amable relajo hedonista. Resuelto por regla
sobre la saturación de recursos de lenguaje fílmico ya no muy contemporáneos
(esos raccontos, incluso el excesivo of). Para más, con una discutible
bifurcación diegética de los planos temporales, o vías abiertas -sin mucha
razón-, al erotismo postalero que recorre este retrato de vida del pícaro
camarero checo Jan: asumido eso sí a convicción y ganas por el actor búlgaro
Iván Barnev. Un personaje dibujado sobre el esquema clásico del pícaro
oportunista, sin embargo tan tonto a la larga en dinero como en amores, al caer
rendido a los pies de una alemana belicista en pleno pórtico de la II Guerra Mundial. La
etapa “germanófila” del filogumpista -léase en el sentido de la necedad de
conciencia- Jan da pie, no obstante, a pinceladas sin desperdicio: la fanática
nazi ardiendo de fe patriótica ante el retrato de su Führer mientras hace el
amor con nuestro pequeño antihéroe (rica mofa menzeliana a la estupidez de las
idolatrías posibles y además marca de posicionamiento ante el cuestionable
punto de vista del protagonista); las bellezas arias puestas en engorde para criar
los por suerte imposibles bebés hitlerianos futuros dueños del mundo en el
hotel-burdel-centro de experimentación; la chaplinesca secuencia del banquete
al rey de Abisinia donde Jan acapara honores justo al ejecutar su deporte
predilecto de manipular las circunstancias…
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