Mucho antes que Perrault lo
utilizara como telón de fondo de la historia que se convertiría en emblema de
la literatura de terror infantil, su archiconocida aunque tantas veces mal
leída polisémica Caperucita Roja, el
bosque figuró como elemento compositivo básico de los relatos fantásticos del
universo escrito; y luego, por inducción casi -como tanto de lo trasvasado a la
pantalla de la letra-, esa foresta centro del delirium tremens en que sumerge a
la mente la monstruosa soledad de la fronda pasó a los argumentos fílmicos y
éstos llevaron sus sombras chinescas de follajes oscuros a la categoría
indescriptiblemente mágica de la transfiguración cinemática. Los bosques más
totales, esplendorosos, siniestros de la genealogía dramática los trajo consigo
el cine, con perdón de la cobija de los ogros y elfos que en la literatura fueron.
Y yo, en punta de retina con
mis idolatrados bosques de La leyenda del
jinete sin cabeza, de Burton; Amantes criminales, de Ozon y tantos
otros de antaño y hogaño -los de mucho entrañable licántropo y bichos de toda
laya incluidos-, me dispuse a ver este El
bosque sin tener la mínima idea de que iba, pues sobre la película no se ha
escrito casi nada.
En honor a lo justo, lo
primero que debo decir es que los iniciales doce, quince minutos de la cinta de
Pablo Siciliano y Eugenio Lasserre casi me hacen abandonarla. La cámara se
limita a seguir (cuando se le ocurre moverse) a un señor maduro que habita una
casa en medio del bosque, no hay diálogos, no cruzan pistas sobre la pantalla
enunciativas de un conflicto o algo parecido que la redima de su propensión
distásica, esto me parecía una de esas insoportables películas de viejos
cansados de su coterráneo Luis Ortega (Caja
negra, Monobloc),... No obstante,
permanecí en la butaca, para recompensa de la espera.
No es que de buenas a
primera, aclaro, el filme se convierta en un video clip, ni tampoco lo
pretendiera quien escribe. El bosque
se seguirá tomando todo su tiempo, con la parsimonia que se propuso el guión de
Gastón Markotic, pero a la trama entran dos nuevos personajes (par de jóvenes,
la muchacha estudia los pájaros y es la razón de su llegada al remoto paraje a
tres cuadras de la nada), la banda sonora dará fecundas señales de inquietud,
se va generando de a poco la atmósfera opresiva de algunos buenos cuentos -eso
me pareció al verla y ahora me entero al redactar que se trata de la
reescritura de uno de Borges: La casa de
Asterión-, los climas del filme
suben en temperatura, alguno de los actores muta ofíbicamente su encarnadura,
las cosas cambian, y de la laxitud sensorial y ambiental de la introducción se
produce una transmutación tonal que propicia que la cinta desemboque con muy
buenas como sostenidas remadas en aguas del puro género fantástico-terrorífico
en la coordenada psicológica. Pesadilla en la enramada y en la mente.
Aquí se toman dos morfemas
nudales de la escritura fantástica: el bosque y la casa solitaria para
consolidar una historia donde la sensación de confinamiento, pertenencia,
atracción malévola de ambas entidades sitúan a los personajes en la coyuntura
de ese reposicionamiento conductual desde donde obran algunos de las criaturas
más fascinantes del género en los más enajenantes ambientes. Con muy pocos
medios, es éste un filme eficaz, pese a la lastimosa predictibilidad del tramo
final, la ingenuidad de algunos de los pocos diálogos y cierto aire solemne de
la narración que lastra su empaque. El mérito mayor estriba en que el guión va
moderando con inteligencia la intriga hasta casi los bordes mismos del
desenlace, haciéndola pasar por mero drama hasta entonces. En tiempos de
adocenamiento narrativo, resulta ponderable el abordaje de cualquier género,
éste incluido, desde nuevos enfoques e incluso a partir de la confluencia de
bases genéricas en apariencia excluyentes, como ha sido el caso del filme de
marras rodado de forma independiente en poco más de 30 días, con un reducido
equipo técnico que no rebasa los 22 años y con menos de 15 mil pesos en su
presupuesto.
Capítulo aparte las
maravillosas composiciones del actor teatral Oscar Pérez como Dannenberg, el
viejo inquilino; y Martín Markotic y Paula Brasco, en la piel de los jóvenes
visitantes, tanto como la regia apoyatura musical de Daniel Soruco y la
precisa, elocuente fotografía de Pablo Yanieli.
La película ya esta en YouTube, Julio! Abrazo desde Argentina.
ResponderEliminarPablo.
https://www.youtube.com/watch?v=Q1NFQYyB12c