La edad de la ignorancia (2006), representa el opus clausurador de una trilogía básica para el cine contemporáneo,
configurada por dicho título y La
decadencia del imperio americano (1986) y Las invasiones bárbaras (2003). Tríptico donde el sexagenario
director canadiense Denys Arcand refleja de forma pesimista -incluso a veces
lóbrega -, el desencanto por la irracionalidad, incomunicación, desamor,
vacuidad, reclusión, falta de libertades, burocracia, insulsez y síndrome de
callejón sin salida de las sociedades occidentales. El autor quebequense,
siempre ambientando sus relatos en el para sí irreemplazable microcosmos de la
ciudad francófona convertida en partícula representacional de un universo-civilización
en fase de colapso, puntea en su más reciente pieza los mustios contornos de
esta época oscura (el título en francés es La
edad de las tinieblas) cuyos entes con derecho a decisión y los
desorientados, beligerantes, descreídos y manipulados sujetos del retablo -nos
dice sin ambages- la dirigen sin remedio a otro medioevo.
Menos agridulce que las entregas anteriores,
mucho más acre pese a cuanto compensa dicho tono con gratificantes dosis
lúdicas, La edad de la ignorancia -de estreno esta semana en
todo el país- nos remite al personaje
central de Jean-Marc (interpretado fruiciosamente por Marc Labreche, cómico
televisivo de Québec), cuarentón clase media, perdedor desasido de afectos de
cualquier tipo, quien halla en paralelos universos de ensoñaciones la mejor
evasión ante esa anodina existencia diaria, vacía de emociones y sexo, vulgarizada para más por sinrazones laborales
y desinterés absoluto de esposa e hijos. Sismo sentimental burlado solo en
apariencias a través del aliviadero de la fantasía, pues nada más en sueños
Jean-Marc acrisola todos los goces, anhelos y virtudes que nunca tuvo. Ya fuera
de territorio onírico, tórnase el más pobre e incompleto de los hombres.
Arcand hila su fábula con finos
toques de buen cine, en pleno dominio del hecho narrativo, a ritmo ascendente,
mediante delicioso humor e ingeniosos engarces entre los planos de
realidad-irrealidad; y haciendo empleo de riquísima mala leche contra lo
políticamente correcto, las mentiras del estado de bienestar… La edad de la ignorancia, filme sui
generis dentro del panorama actual, oscilante entre la tragicomedia, la farsa y
el más crudo drama, respira creatividad, magia. La exquisitez de su elenco (con
el genial Labreche a la cabeza) está en consecuencia con rubros técnicos donde
descuella el trabajo fotográfico de Guy Dufaux y la elocuente partitura de
Philippe Millar. Por tales bazas, resulta mucho menos comprensible el verdadero
atoro en que su guionista y realizador
se embarulla durante la recta final, al concebir ese extensísimo torneo
medieval, llevando por una parte los niveles de subrayado discursivo a un plano
de obviedad cargante, y por otro lado torpedeando a mano armada la organicidad
y el propio desarrollo del relato. Se clava una daga a su película con tal
indefendible apelación; pero aun así La
edad de la ignorancia es una obra notable.
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