Lúcido ex crítico de
cine, Daniel Monzón (Celda 211) se abrió paso en la realización, como lo hiciera su colega
Molina Foix el mismo año, a través de El
corazón del guerrero (1999), una película que ante todo, precisa verse como
un guignol nostálgico de las obsesiones infanto-adolescentes de gente que como
su director y todo un grupo de personas que se halla detrás del filme, forjaron
sus personales planetas creativos al calor de la hoguera de esa imaginería
alimentada por las historias medievales recreadas en libros, cómics y juegos;
el cine de hadas; las películas de bellas y guerreros...
También escrita por
Monzón y dedicada a sus padres, quienes propiciaron el ensanchamiento de su
universo fabular, sobre la idea argumental de la cinta penden, entre otras, las
sombras amigas de Álex de la
Iglesia y Santiago Segura, dos señores que han vivificado el
cine español contemporáneo con filmes descacharrantes, lúdricos y desmadrados
de la guisa de El día de la bestia, Perdita Durango, La comunidad o los Torrente,
oro puro en las taquillas de la Península. La
empatía con el cine de ambos se deja ver en El corazón del guerrero,
principalmente, por conducto del concepto epatante, lúdico, lúbrico y
receptivamente multigeneracional de la obra. Esto no es ni cine infantil, ni
una versión ibérica de las teenagers americanas, ni comedia, ni explícito cine
fantástico, pero a la vez es todo esto. De modo que Monzón burla las atalayas
genéricas, le da una hostia poner ante adolescentes hembras de ley en plan de
filmes X, y coge para sus cosas a un elemento sagrado del género fantástico, el
mago, valiéndose de su persona y del delicioso –y ubicuo- enano acompañante
para procurar par de los tres o cuatro momentos verdaderamente carcajeantes del
largometraje. Con habilidad, trenza los dos planos temporales en los que se
mueve la narración y, ducho en uno de los principales trucos de este arte, dota
de entidad a personajes rotulados -sobre todo los jovencitos- con precisión y
variedad caracterológica. Su mirada hacia ellos es hermanal, amiga y no exenta
del viso dulciamargo con que desde hoy se revisa tal etapa.
Hay solvencia en el
planteamiento de la puesta en escena y es casi de hazaña, tratándose de un
producto no o estadounidense, la dignidad alcanzada en el campo de los efectos
visuales, donde los españoles avanzaban progresivamente ya desde la época del
filme. Sin embargo, la narración amodorra por su sucesión de zonas muertas, un
conjunto de escenas francamente ridículas y el abuso de la dicotomía niño
Ramón-guerrero Beldar. Se alcanza el final casi en estado de duermevela, porque
la mayor parte del segmento resolutivo está lastrado de incoherencias,
estiramientos injustificados y soserías. Es por esta hora que se tiende a
reforzar por otro lado el criterio que prácticamente veníamos formándonos desde
el principio en cuanto a lo naif de las bases generadoras del conflicto
dramático de esta suerte de parábola neoquijotesca de hechicerías, héroes y
villanos alrededor de los posibles rostros de la realidad: una película
parcialmente conseguida, que en su afán de pluriaprehensión receptorial, queda
a medias en su objetivo con casi todas las gamas etáreas del público.
el periódico es bueno
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