Los dos personajes
centrales de Una relación íntima
comenzaron a acostarse en las tardes de jueves de un hotelito de la periferia,
tras poner ella, en la revista erótica que él a ratos leía, un anuncio en busca
de algún compañero interesado en compartir sexo y nada más que sexo consigo. No
les importaba lo otro -al menos comenzaron creyéndoselo-, ni dependencias
laborales, lugar de residencia, afectos filiales, ideologías, ni incluso nombres.
A lo sumo, participábanse algunos gustos y defectos, no más que lo
imprescindible para enfrascarse, con un mínimo de desanimalización, en el
forcejeo corporal librado en la habitación 318.
En uno de esos eventuales diálogos
interamatorios, ella le dice que en el cine el sexo resulta siempre paradisíaco
o infernal, nunca intermedio. Y en busca de esas intraposiciones, de esos
labradíos de cosecha media, tan legitímos como los políticamente correctos, va
la película. Una obra rompedora de
esquemas o parcelas de atención en la argumentística tradicional del cine de
amor, cuya intencionalidad es barruntable desde ese inicio de ires y venires de
personas desenfocadas en el campo de la cámara, sin rostros, sin rastro. El
objetivo es hallar una de las historias perdidas entre esa gente, sin afanes
ella misma de sobrepasarse en el tiempo y sus ínfulas, ni de asumirla el filme
como patrón de lo romántico-cinematográfico. Antes bien, Frederic Fonteyne
sustenta el clima del relato en el instinto de seres sentimentalmente
desnortados, vertebrando un cuerpo de sugerencias en las antípodas de lo
común-recomendable-aceptado, sin que, contradictoriamente, deje también de
responder a las tres categorías; en dependencia del lado del mirador del cual
se otee.
Fonteyne entra en los entresijos del alma a
partir de sutiles escrutaciones del individuo y con un total silencio factual,
mas no del todo verbal. Cine éste fundamentalmente construído desde la imagen,
tampocos rehusa ser en la palabra, pese a que a la postre casi todo quede
enmarcado en las semas de lo colegible o en los campos de lo elíptico
inductivo. Que no hace falta machacar con oraciones en esta antítesis del
affaire adscripto a los estándares clásicos lo que en gran medida ayudan a
expresar por su lado los actores (la para los amantes a la pantalla veterana
Nathalie Baye, y la estrella francesa del momento, el catalán Sergi López)
con magistral hondura e inusual
naturalidad interpretativa. Apoyados, claro está, por un guión simétricamente
calado que alterna puntos de vista de cada personaje y las interrogantes en
off, de modo de redondearle al receptor la relación desde una perspectiva
orbicular.
Lejana de la propensión
naturalista-bruta de Viólame e incluso Romance X, Una relación
íntima destaca por la sobriedad narrativa con que se describe el ritmo
de los acontecimientos, por su tempo vital y la poética de la cotidianidad de
vórtices humanos superados por las limitaciones de la especie –orgullo,
presunción negativa del criterio valorativo de la relación establecido por la
pareja, temor al futuro; no ya por la presciencia, sino a causa del pesimismo
interno que regalan ciertos giros de la existencia... O que, superiores a esas limitaciones y
despegados de la estrechez de asumir los estadios finales del romance con los
zigzagueos espirituales de muchos semejantes, brocan las tiras que los unen
justo cuando hace falta. Todo ser halla su propia forma de atar y zafar los
lazos, y cada espectador extrae del filme estrenado en 2000 la aproximación exegética más acorde
con lo que ha querido o podido aprender de la Vida.
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