Si sacamos del rollo a su gran miniserie de ciencia ficción
Abducidos (Taken) y la regia configuración técnica de sus materiales bélicos
para la cadena HBO, Banda de hermanos y The Pacific (en el orden ideológico,
sin embargo, dos perlas demagógicas que sobrevaloran y edulcoran por mucho la
participación norteamericana en la
II Guerra Mundial, en grado mayor incluso a Salvar al soldado
Ryan, la megapelícula sobre el tema dirigida por el realizador), la andadura
televisiva de Steven Spielberg es francamente pedestre e insulsa, al parecer
condenada al eterno fracaso.
El notable director de Tiburón y La guerra de los mundos, a
cada rato perdido también en la pantalla grande mediante naderías abominables
corte Caballo de guerra, se encuentra en permanente estado de confusión dentro
del universo catódico. La marca Spielberg en “la caja tonta” no es tal; sino cuasi
símbolo de mofa, expresión reiterada -una y otra vez- de productos inacabados,
cadáveres exquisitos cuyo desnorte general los convierte en piezas de mero
relleno dentro de la inacabable parrilla de las series estadounidenses: más de
400 al año.
Con Steven siempre sucede lo siguiente en el medio de
marras: apoya, en tanto productor ejecutivo, a ideas cuya matriz primigenia
resulta atractiva de base, por regla vinculadas al fantástico, y derivadas de
premisas argumentales inquietantes. El problema es que tras sobrepasar el
piloto (primer capítulo) la gasolina creadora se evapora en las manos de los
guionistas, directores de los distintos episodios e intérpretes que aniquilan
cuanto en principio prometía mucho y hasta podía subyugar visto sobre el papel.
Las teleseries Sea Quest, Terra Nova, Extant, Falling Skies,
Red Band Society, The River, Smash o la recién finalizada The Whispers,
mediocres sin excepción, validan el aserto, al representar modelos de la mala
fortuna televisiva del realizador. De igual modo lo hace La cúpula (Under the
Dome, CBS, 2013-2015) al aire ahora en las -eclécticas e invaticinables en
materia de teleficciones- noches del canal Multivisión.
La pieza parte de la incuestionable baza de unir -por
primera vez en la historia del medio- a dos vacas sagradas del entretenimiento
como Stephen King, uno de los emblemas de la literatura de terror, y Spielberg,
en la fascinante historia de este pueblito de Nueva Inglaterra atrapado en un
misterioso domo. El piloto con vacas partidas al medio, aviones en colisión y
rastras impactándose contra la gigantesca e invisible bola llamó la atención y
uno se dejó llevar cuatro o cinco capítulos más. Pero, al promediar la mitad de
la primera temporada (la serie fue cancelada este 31 de agosto y finalizó en la
tercera, tras 39 episodios) la narración se ralentizó debido a unos guiones sin
mucho sentido de los tiempos televisivos y el manejo de la tensión, personajes
vacíos y acartonados, giros lerdos e intérpretes planos: desprovistos de
registros, solo en función de hacer los deberes y terminar otro capítulo.
Por añadidura, se
echa en falta en la temporada inicial algo tan básico como el lógico agobio que
debían experimentar personajes atrapados por el campo magnético, sin
posibilidad alguna de salir del espacio de Chester´s Mills.
Ciencia ficción de segunda división, La cúpula tendió
progresiva e inexorablemente a escurrir su magnetismo de partida, a medro de
desplazamientos argumentales inverosímiles y exentos de justificación
dramática, diálogos deplorables e introducción de subtramas sin peso alguno, a
la manera de la semi-edípica relación del concejal del pueblo cercado de
Chester´s Mills y su hijo policía.
Volutas en el aire, el producto cuyos responsables
evidenciaron plena incapacidad para extraerle el jugo al material original a lo
largo de tres interminables temporadas, carece de energía, nervios, intensidad,
sorpresas auténticas. Es más de lo mismo al cubo, con todo y cuanto King
(también productor ejecutivo, a la manera de Spielberg) propagase su bendición
al trasvase de su novela, más por razones comerciales que por otra cosa.
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