Tarzán fue la primera película que le
llevó a ver su padre, a los cuatro años. Pero, afortunadamente, Mika Kaurismäki
no se dejó influenciar por el modelo de representación hegemónica en una filmografía
incluyente de heterodoxos filmes de ficción y documentales para, antes bien,
evocar a través de esta a sus sí reverenciados directores fineses como Valentin
Vaala, Risto Jarva, Matti Kassila, Mikko Niskanen o Nyrki Tapiovaara.
El
realizador de Hermanos, Mamá África y Vesku de Finlandia ha cristalizado en Reina Cristina (The Girl King,
2015) una experiencia cinematográfica inscrita en el tono y la cuerda de las
biografías fílmicas europeas, sin los melindres habituales del mainstream hollywoodense, la cual pone
en cámara a un personaje subyugador.
La
monarca incorporada por Malin Buska -dicho personaje, lo más notable de la
obra- atrae en virtud de su misma indefensión y de la dicotomía que se
establece entre su capacidad intelectual –buscó su razón en Descartes, con
quien mantuvo una amistad de algún modo entrevista en la película, pese a
algunos yerros históricos- y su incapacidad para ostentar el poder (aunque le
cabe el mérito de haberle ubicado el punto final a la Guerra de los 30 Años
entre católicos y protestantes), según el entendido de una época y un país
cervalmente patriarcales y de hábitos casi primitivos en parte de un pueblo
alejado del saber por los monarcas precedentes, incluido el padre de Cristina.
El
relato sopesa la soledad e incomprensión de la jovencísima reina, de forma
complejamente sencilla. De igual modo, su relación homoerótica con la condesa
Ebba Sparre y las dudas de fe de quien pasa de las filas de Lutero a la
confesión cristiana. Cristina de Suecia (1626-1689), muerta virgen en Roma a
los 63 años, es una de las tres mujeres enterradas en el Vaticano junto a los
Papas, así lo recuerda el filme en su epílogo.
El
mayor de los Kaurismäki pespunta en Reina
Cristina la agujereada trama vital de una mujer adelantada a su tiempo,
presa del lógico choque con universos morales muchos escalones por debajo de
ella, sometida a odios/resquemores/tensiones. Su largometraje difiere
sobremanera, como era lógico esperar, de la visión norteamericana de los años
30 al servicio de Greta Garbo y dirigida por Rouben Mamoulian. El guion del
canadiense Michel
Marc Bouchard -quien también firmó una pieza para las tablas en
torno al personaje- acentúa la tinta en temas vedados por las tijeras de Hays
en tan tempranos tiempos, como el romance lésbico entre la reina adolescente y
su querida condesa, convertida por ella en “compañera de cama”, suerte de
eufemismo, o no, para proporcionar una terminología legal a aquella pasión, a
la larga clausurada de cuajo por los nobles de la corte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario