domingo, 17 de abril de 2016

La reina Cristina de Mika Kaurismäki



Tarzán fue la primera película que le llevó a ver su padre, a los cuatro años. Pero, afortunadamente, Mika Kaurismäki no se dejó influenciar por el modelo de representación hegemónica en una filmografía incluyente de heterodoxos filmes de ficción y documentales para, antes bien, evocar a través de esta a sus sí reverenciados directores fineses como Valentin Vaala, Risto Jarva, Matti Kassila, Mikko Niskanen o Nyrki Tapiovaara.

El realizador de Hermanos, Mamá África y Vesku de Finlandia ha cristalizado en Reina Cristina (The Girl King, 2015) una experiencia cinematográfica inscrita en el tono y la cuerda de las biografías fílmicas europeas, sin los melindres habituales del mainstream hollywoodense, la cual pone en cámara a un personaje subyugador.
La monarca incorporada por Malin Buska -dicho personaje, lo más notable de la obra- atrae en virtud de su misma indefensión y de la dicotomía que se establece entre su capacidad intelectual –buscó su razón en Descartes, con quien mantuvo una amistad de algún modo entrevista en la película, pese a algunos yerros históricos- y su incapacidad para ostentar el poder (aunque le cabe el mérito de haberle ubicado el punto final a la Guerra de los 30 Años entre católicos y protestantes), según el entendido de una época y un país cervalmente patriarcales y de hábitos casi primitivos en parte de un pueblo alejado del saber por los monarcas precedentes, incluido el padre de Cristina.
El relato sopesa la soledad e incomprensión de la jovencísima reina, de forma complejamente sencilla. De igual modo, su relación homoerótica con la condesa Ebba Sparre y las dudas de fe de quien pasa de las filas de Lutero a la confesión cristiana. Cristina de Suecia (1626-1689), muerta virgen en Roma a los 63 años, es una de las tres mujeres enterradas en el Vaticano junto a los Papas, así lo recuerda el filme en su epílogo.
El mayor de los Kaurismäki pespunta en Reina Cristina la agujereada trama vital de una mujer adelantada a su tiempo, presa del lógico choque con universos morales muchos escalones por debajo de ella, sometida a odios/resquemores/tensiones. Su largometraje difiere sobremanera, como era lógico esperar, de la visión norteamericana de los años 30 al servicio de Greta Garbo y dirigida por Rouben Mamoulian. El guion del canadiense Michel Marc Bouchard -quien también firmó una pieza para las tablas en torno al personaje- acentúa la tinta en temas vedados por las tijeras de Hays en tan tempranos tiempos, como el romance lésbico entre la reina adolescente y su querida condesa, convertida por ella en “compañera de cama”, suerte de eufemismo, o no, para proporcionar una terminología legal a aquella pasión, a la larga clausurada de cuajo por los nobles de la corte.

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