Inteligente
cruza docufictiva de la parcela observacional del “indie” con las corrientes
históricas del neorrealismo italiano, el Luis Buñuel de su etapa mexicana de Los olvidados -nexo este último
observado de forma atinada por Pedro Almodóvar semanas atrás-, Hart Hartley,
Larry Clark u otros pocos creadores estadounidenses, The Florida Project representa una consecución coherente de ese
cine que a través de la historia ha mirado al rostro de la miseria, y de los
desposeídos, sin enarcar la ceja o bajar la faz ante la pena; sino, por el contrario,
apostando por un insobornable sentido de verista valentía para verificarla,
constatarla y expresarla en imágenes/personajes.
La
sexta película del realizador independiente Sean Baker (con loores
internacionales, merced a Tangerine,
de 2015) es, justamente, una obra de
poderosas imágenes y notables personajes.
El
relato se ambienta en uno de los denominados “projects” -suerte de moteles para
personas de escasos ingresos- enclavado en las afueras de Orlando, espacialmente
muy próximo a Disney Word. Su nombre es Magic Castle, ironía salvaje, dada la
precaria condición de un centro donde las personas están obligadas a cambiar su
misérrima habitación de manera periódica, para que no puedan adquirir derecho
de residencia. Menos que un simple alquiler. Por debajo de todo.
Desde
la misma apertura, se establece una contraposición entre el universo de privaciones
del lugar y los cercanos apartoteles, resorts, parques temáticos y helicópteros que vuelan sin cesar durante todo el día al servicio de la
gente privilegiada.
En este motel de ciudadanos sin recursos, obliterados por un sistema rico que se olvida de
sus seres menos favorecidos, habitan personas de todas las edades. En gran
medida, componen ese cuerpo social de ciudadanos
pertenecientes al estamento denominado de manera despectiva como “white trash”
o basura blanca; asomado en filmes corte Dixieland,
aunque de forma ocasional en la pantalla norteamericana. En determinados casos,
estos seres en The Florida Project no
alcanzan siquiera ese “techo”.
Droga,
tatuajes, prostitución y una inequívoca banda sonora cotidiana a base de rap y
trap son elementos constitutivos tipológicos que Baker configura mediante una
obra caligrafiada con un naturalismo minimalista y tales dosis de cercanía y
descripción costumbrista en el bosquejo vital de sus criaturas, que provoca en
el espectador sensaciones de proximidad escasas veces registradas en el cine
norteamericano actual.
A tal propensión,
igual, conduce Bobby (Willem Dafoe que merecería el Oscar con toda legitimidad,
si la justicia prevaleciese en la entrega), el encargado del “project”. Un tipo
más laborioso que un híbrido de abeja con hormiga, de buen corazón y protector
de estas personas. Alguien capaz de
aguantar un apagón intencional al edificio por parte de la chiquillada, pero
quien no permite que a ninguno de esos niños que deambulan todo el día por los
alrededores del inmueble se les acerque un viejo pederasta. Bobby sea, acaso,
una de las pocas figuras redentoras que los habitantes del sitio poseen en sus
vidas.
A tal
propensión remiten sin variación, también y aun más que Bobby, quienes
comparten los roles centrales consigo: la niña Moone (Brookyn Prince, otro de
los grandes descubrimientos infantiles del cine nacional) y su madre Hallie (Bria
Vinaite). Seres humanos vinculados por lazos filiales y emocionales, cuyo “proyecto
de vida” se basa en la supervivencia, de cara a lo cual la madre traza un universo
moral propio en el cual el elemento clave resulta su sentido de “libertad”.
Una libertad cuestionable desde varios ángulos, aunque sin dudas la única herramienta personal de
protesta para de algún modo afrontar/confrontar un status quo que privilegia a los poderosos y humilla a los humildes.
Dos extraordinarias composiciones en una película labrada con la fibra del buen
cine; una película que con holgura resistirá en su perdurabilidad y sentido a “las
temporadas de premios”, los movimientos de turno, lo “políticamente correcto” y
todas esas tendencias que ahora reverencian, a veces imbuidos los decisores de
intenciones nobles, pero ignorando en el camino a cuánto de verdad amerita la
honra.
The Florida Project no ha tenido, ni va a tener, todos los premios
que merece; no obstante constituya la más eficaz obra fílmica emergida en el
cine norteamericano durante 2017.
Aunque nuestro
blog de reseñas críticas no acostumbra insertar las opiniones del equipo de las
películas, en este caso, por su valor político, consigno a continuación algunas
declaraciones de Sean Baker a distintas publicaciones españolas, a raíz del
estreno del filme allí, el pasado viernes:
“En la
infancia está la raíz de todo. La educación es un problema nacional. Leí muchos
artículos de estos niños que se crían en moteles cutres sin ningún tipo de
referente paterno, casi como pequeños salvajes. El choque con el mundo mágico
de Disney World, que se encuentra a escasos kilómetros me daba la posibilidad
de realizar una metáfora en torno a la gran mentira de la sociedad americana,
repleta de desigualdades. Pero la clave de la película es ponernos a la altura
de los ojos de estos niños, intentar ver el mundo desde su perspectiva.
“Los niños simbolizan el futuro. ¿Hay
esperanza? En estos momentos el panorama es bastante desolador.
Creo que hay que enfrentarse a los problemas de una manera frontal, luchar por
un sistema justo que cubra las necesidades básicas de los ciudadanos, que en mi
país se encuentran totalmente desprotegidos, sin ninguna red de seguridad a
nivel social. Los niños tienen el poder para cambiar el mundo, aunque sea a
través de la imaginación. Tienen la capacidad de maravillarse y de mejorar su
entorno. Si quieres transformar las cosas, debes hacerlo desde el punto de
vista de un niño.
“Durante
mucho tiempo la industria del entretenimiento solo se ha centrado en un grupo
de personas: blancos privilegiados. Y sinceramente, estoy cansado de eso. Mis
películas son una respuesta a todo aquello que no veo en el cine o la
televisión, todo lo que se encargan de silenciar. Es hora de que haya un
cambio. Estados Unidos es un país enorme con muchas diferencias, un crisol de
gente distinta que necesita encontrarse representada en las historias que se
cuentan”. (El Periódico).
“Comencé a
investigar y vi que este tipo de edificios estaban por todas partes. La
película sucede al lado de Orlando, pero podríamos haber estado en cualquier
parte de Estados Unidos: Boston, New Jersey... Lo que tiene de especial esa
pequeña ciudad de Kissimmee es que los parques de atracciones están al lado.
Eso hace que florezcan todo tipo de comercios muy relacionados con esa
actividad con un look muy específico: los mismos colores brillantes, todo
orientado a la familia, todo muy turístico... Y más allá de esa paleta de
colores hay una realidad social detrás.
“Mis
películas con frecuencia son respuestas a lo que no veo en el cine y la
televisión de Estados Unidos. Y me interesan principalmente aquellas personas
que luchan por el “sueño americano” desde un lugar complicado por motivos de
clase, raza, sexo... Es un mito para algunas personas. No solo se trata de los
que nunca consiguen alcanzar el “sueño americano”, sino de aquellos que caen en
la economía paralela. Si terminas participando de ella serás castigado. Esta sociedad capitalista te dice que
trabajes duro para alcanzar tu sueño, pero hay gente que no tendrá nunca acceso
ni siquiera a planteárselo. Te dicen que nunca lo lograrás si eres
pobre, no tienes papeles o has delinquido en el pasado, pero te castigan si
caes en esa economía paralela. La forma en que el sistema está creado castiga a
los más vulnerables.
“El contraste es lo que define América (Estados
Unidos). Encima de estos moteles de mala muerte ves anuncios de productos
carísimos que nunca podrán comprar los inquilinos. Casi parece que se están
burlando de ellos. Especialmente en esta área, el contraste es tan enorme que
es surrealista. Por ejemplo vas por la calle y ves un anuncio de una
ametralladora y eso es algo que solo ves en mi país. Rodamos la película solo una semana después de la matanza en el club gay
Pulse y por todas partes veías una exaltación de la cultura de las armas” (El Cultural).
Para creer en el "sueño americano", hay que estar dormido.
ResponderEliminarPura propaganda COMUNISTA, USA es el mejor pais del mundo, claro que existen dificultades pero si se trabaja duro, se estudia, se tiene dedicacion, decencia, se cumplen las leyes se sale adelante y se logra lo que uno se proponga, como es posible que un emigrado pueda lograr en 4 anos su propia casa, carro nuevo, comida en su despensa, trabajo decente y seguro... y no soy EL UNICO!!
ResponderEliminarEL SUENO AMERICANO SI SE LOGRA, GOD BLESS AMERICA!!
Hola: Sr. y Sra.
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