Las cartas de Elena Francis,
una educación sentimental bajo el franquismo (Editorial Cátedra,
2018) es un libro recién publicado en España que recuerda el sometimiento
físico y espiritual a era que inducida u obligada la mujer ibérica en el programa
radial El consultorio de Elena Francis,
emitido desde 1947 y a lo largo de todo el período franquista, y cuya primera
libretista fue Ángela Castells, perteneciente a la triste, humillante e
involutiva Sección Femenina de Falange y al por la misma cuerda Patronato de
Protección de la mujer.
Extensión
ideológica de la patriarcal doxa del gobierno del Caudillo, la Iglesia y la
Falange al medio de comunicación más popular a la sazón, por sus micrófonos
salían perlas de invalidación total del sexo femenino como las siguientes: “Es
mucho mejor que se haga la ciega, sorda y muda. Procure hacer lo más grato
posible su hogar, no ponga mala cara cuando él llegue” (en caso de respuesta a
oyentes con problemas de infidelidad del esposo) y “Sea valiente, no descuide un solo instante su
arreglo personal. Y cuando él llegue a casa, esté dispuesta a complacerlo en
cuanto le pida” (para las que recibían golpizas de su consorte)”. Sufrir,
callar, aguantar y de contra poner buena cara al victimario: lo mismo que en la
práctica también le hicieron al pueblo español durante la dictadura; no solo
a sus mujeres.
Muy
en la línea normativa de El consultorio
de Elena Francis, no más abrirse el primer episodio de la serie Arde Madrid (Movistar, 2018), el
falangista personaje de Ana Mari (interpretado por Inma Cuesta, grata vuelta la
suya a la teleficción tras El accidente)
sermonea a unas mujeres sobre las relaciones matrimoniales, en
una clase de la antes referida Sección Femenina. El adoctrinamiento apreciado
en estas secuencias pareciera hiperbólico si no tuviese tanta relación con los
hechos reales.
Tras
esa apertura, inferimos que Arde Madrid
no va a seguir los pasos de Lo que
escondían sus ojos, infausta miniserie de Telecinco ambientada también en
una etapa franquista de la cual se olvidaba por completo en su relato. Si bien
Paco León, en esta su primera incursión como realizador en el formato
telefictivo, no va a hacer un examen sociológico de la etapa -porque ese
tampoco es el objetivo central de su comedia-, aquí, por asociación y a veces
por expresión directa, sí va a ponerse de manifiesto que mientras Ava Gardner experimentaba
su eterna francachela de alcohol y colección de hombres en la capital del país,
el resto de los súbditos vivía sujeto a estrictos patrones de moralina
conservadora a grado extremo. Un mundo de represión de almas, encarcelamiento
de sueños, muertes y fosas colectivas, poetas asesinados, odio a la diferencia,
mujeres mancilladas y demeritadas.
La
rectísima y reprimida Ana Mari, coja de piernas y de ímpetus (o eso parece a
priori) es ubicada por el servicio secreto, encarnado en la figura de la
desopilante Carmen Machi, como doméstica en la casa del “animal más bello del
mundo” para que la espíe y establezca presuntas conexiones de sus hechos cotidianos
y visitantes regulares con el comunismo nacional e internacional, gran fantasma
de Franco, Hitler, Trump, Bolsonaro y tantos de su misma laya.
Manolo
(Paco León), pícaro nacional de la misma estirpe de aquellos que zarparon en
Palos rumbo a las Américas, es el chofer de Ava y pasará, de mentirillas, por
el esposo de la que avanza a corcoveos, cual complemento de su trabajo de “inteligencia”.
Pero
en la rectísima falangista-mucama van crepitando progresivamente inéditas o
dormidas pasiones interiores, que contribuirán a modificar su robótica actitud
hacia el sexo masculino en el plano sexual. Activarán la maquinaria de ignición
hormonal de su anatomía tan contrahecha en un miembro inferior como bella en su
totalidad los siguientes elementos: las erógenas vibras desparramadas sobre la
mansión madrileña de la calle Doctor Arce donde la enfermizamente insaciable Ava
se despachaba una noche sí y otra también a un torero o a un guitarrista, el
compartir obligatorio de la cama con el chofer ante la llegada intempestiva de
su hermano loco de tres cojones, una piedra-consolador de la criada compañera que
la saca de las casillas y la visión frente a frente del pene de medio metro de
uno de los amantes de su patrona: mucho más grande que el de cualquier serie
reciente e incluso que el del personaje del actor porno negro mostrado en
el sexto episodio de la recién vista segunda temporada de The Deuce. ¡Toma, David Simon; Paco te ganó!
Con
ecos referenciales de la comedia italiana de los ´60, el cine español del
destape, las comedias de Lazaga y Ozores y un blanco y negro tristón que remite
a los plúmbeos años ´60 nacionales y además al vacío espiritual de los personajes
y también de una Gardner que era presa de la más lancinante soledad pese a su
paradójico acompañamiento de siervos sexuales y amigos de juerga, los episodios
creados por Anna R. Costa y Paco León dan cobija a detalles singulares en su
tratamiento, que podrían parecer no formar parte de una comedia, como la sentida
recepción de la diva y sus invitados al anuncio telefónico de la muerte de
Hemingway, ese a quien un personaje de Padura imagina en la piscina de Finca
Vigía con el dedo metido dentro del culo de “la pantera de Hollywood”.
Y
cuentan con una circunstancia dramática de signo lúdico complementaria que, aunque tiende a
provocar la hilaridad, no creo agrade mucho a muchos argentinos, peronistas
confesos o no, y es el relajo con que cogen para sus cosas al General Juan
Domingo Perón y a la venerada Evita, vecinos de Ava cuando para esta, Madrid era una fiesta. Tal coña con el político y su esposa no se le hubiera ocurrido ni a Sacha Baron Cohen.
Arde Madrid, en
tanto planteo conceptual, ilustra la cerval dicotomía entre la caricaturesca España
monocolor maniatada bajo la larga capa de Franco, y la libertad total del
universo Gardner, que -bien mirado, o al menos esta es mi forma de apreciarlo- a
la larga también supone otra caricatura, diferente es cierto, pero igual del
libre albedrío y la capacidad de decisión; el relato de alguien tan supuestamente
libre que corrompió el concepto al encadenarlo en el ámbito humano interno a
evanescentes, sexo acumulativo sin amor y la eterna soledad casanovesca del
al que siempre desearán pero al que nunca amarán en realidad.
Por
aquí se pellizca el pedazo de grandeza de una serie que habla, mediante elocuencia
que su género quizá tendería a escurrir de las miras de algunos receptores, de
las ambivalencias, falencias, potencialidades y virtudes de seres tan
profundamente complejos como nosotros los humanos.
Paco
León confirma su vis cómica en la encarnación de su Manolo y fundamentalmente su
buena mano en tanto director distendido que ha pasado por la autoficción de los
deliciosos trabajos sobre su progenitora Carmina y el largometraje de ficción
en la pantalla grande y ahora debuta en la dirección de una serie cuyos 27
minutos de duración la hacen pasar de forma rauda, muchas veces placentera e
incluso contribuyen a olvidarnos de rellenos mal llevados como el asunto de
Manolo con los gitanos o el alargado tema del collar de “la sinfín”, cual Lola
Flores llamaba a Ava, con todo su criterio flamenco. Ritmo desgranado por
cierto en cada episodio de Arde Madrid,
desde los clásicos hasta Rosalía, el fenómeno del momento.
Por
añadidura, la serie confirma a Movistar (La
zona, Mira lo que has hecho, Vergüenza, Matar al padre, El día de
mañana) como el más prometedor y certeramente artístico ente productor de
teleficción en España hoy día.
Espero ansioso por la serie. Cómo llegará al Brasil?
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