Así,
nada raro existe en que alguien que realizó grandes películas hace cerca de
treinta años hoy día pueda aparecerse con una nimiedad. Es el caso, uno más,
del irlandés Neil Jordan, quien de las transgresiones -visto el filme desde su
época- de Juego de lágrimas (1992),
ahora emigra a la condición más formulaica en La viuda (Greta, 2019).
En
esta, su más reciente película, el director de Entrevista con el vampiro (1994) llega cuatro mañanas más tarde al
desayuno del “cine de acosadores”, cuyo momento orgásmico aconteció justo en la
década de epifanía del autor europeo: durante los años noventas del pasado
siglo, al calor de Mujer blanca soltera
busca y otras películas más o menos parecidas inscritas en la vertiente.
Lo
hace mediante un guion rutinario que coescribe, cuyo principal y acaso único
acierto consista en concederle el relieve dramático merecido por el personaje
de la psicópata que atrae hacia su casa a jovencitas, a través de esos bolsos con
su dirección dentro diseminados por el metro de Nueva York.
De
encarnar a la malévola anfitriona se encarga una de las principales actrices
del cine de este siglo: la francesa Isabelle Huppert, a quien, no obstante, el
personaje a todas luces le queda bastante pequeño y por consecuencia ella
alcanza un momento en que casi lo tira a chacota. Lo de los pasillos de ballet cuando
le mete en el cuello la jeringuilla tóxica al ultrajordaniano Stephen Rea pasa
de la sobrecarga histriónica a territorio camp.
Aunque esto sea en verdad más culpa de Neil que de la amada de Haneke, Hong
San-soo u otras notables firmas autorales.
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