Nunca fueron los Oscar vitrina de la honestidad. Los veredictos de tales premios -como todos los demás, al margen de fronteras e ideologías-, en parte de los casos respondieron siempre a coyunturas, plataformas políticas, simpatías de estación o delirios colectivos, que también los ha habido estos últimos como es el caso ahora de las siete estatuillas conferidas a Todo a la vez en todas partes, incluida la de Mejor Película.
Tras la absurda selección el calendario anterior de la intrascendente Coda, otra vez el lauro popularmente más esperado del cine mundial recae en una película de escaso relieve, muy inferior a concursantes en su categoría como Los Fabelman (Steven Spielberg); Los espíritus de la isla (Martin McDonagh); Tár (Todd Field); Sin novedad en el frente (Edward Berger); El triángulo de la tristeza (Ruben Östlund) y Ellas hablan (Sarah Polley). Es que incluso las películas menores nominadas en el apartado (la mediocre Elvis); la innecesaria Avatar, el camino del agua y la patriotera Top Gun: Maverick son mejores piezas cinematográficas que Todo a la vez en todas partes.
Todo fue una copia al carbón de los Oscar de 2022, y por este camino lo poco de respeto que le quedaba al lauro se hunde en el lodazal del desprestigio y la ausencia de valoración del buen cine.
De veras no tengo el menor deseo de perder el tiempo aquí al referirme a la película ganadora, a través de cuya selección se expresa también la obligada corrección, política pero además “moral”, con que los blancos académicos intentan quitarse la culpa de los siglos de abusos coloniales y contra las minorías raciales y de identificación de género perpetrados por sus abuelos y padres, e igual los propios suyos: en el reparto sobresale lo “étnico”; la hija de la pareja protagónica es china, lesbiana y tiene de pareja a una norteamericana-mexicana; la mirada a la comunidad asiática (por regla vituperada por Hollywood, como la rusa y la latina) es cuando menos cándida…, en fin. Véanla y disfrútenla o súfranla, cada quien según sus gustos.
Pero la idiotez no solo se centró en el Oscar a la Mejor Película. Resulta, no hay otra palabra en el idioma español para definirlo, un abuso de antología quitarle el Oscar a la Mejor Actriz Protagónica a la australiana Cate Blanchett por su majestuosa concreción del personaje central de Tár, en beneficio de Michelle Yeoh por, también, Todo a la vez en todas partes. Dios mío, es algo insolente y ridículo. Pero es que, además, en el mismo departamento incluso nuestra Ana de Armas sobresalió más que la asiática por su papel en Blonde. También la superan Andrea Riseborough, por Para Leslie, y Michelle Williams por Los Fabelmans.
Otro disparate mayor resulta el apartado de Mejor Dirección, donde le entregaron, en cuanto supone una falta de respeto con un maestro del cine como Steven Spielberg, el premio a Daniel Kwan y Daniel Scheinert (los Daniels, como se hacen llamar), en razón, sí, cómo no, de Todo a la vez en todas partes. Igual lo merecían, sino hubiese sido el gran director norteamericano, McDonagh, Field u Östlund.
Conferirle el Oscar al Mejor Largometraje Documental a ese mamotreto propagandístico antirruso titulado Navalny habla, por si todavía no bastara, de cómo se mueven los hilos en la Meca. Hollywood y la Academia, no hay sorpresa, son instrumentos al servicio del poder. Me he tomado el trabajo de apreciar los cuatro documentales restantes nominados, si bien es un género que relego para privilegiar el visionado de materiales de ficción. Y, para no variar, los cuatro son, por mucho, más descollantes que esta soflama ideológica de pacotilla.
Birlarle el Oscar en la categoría de Cortometraje de Ficción a una obra mágica de la pantalla mundial reciente como Le Pupille, de la italiana Alice Rohrwacher y el mexicano Carlos Cuarón constituye otro desacierto. Hong Chau, a no dudarlo, debió granjearse el premio a Mejor Actriz de Reparto en virtud de su formidable interpretación en La ballena.
¿Y dónde hubo acierto entonces?, se preguntará el lector. Las decisiones justas, pocas pero sí se registraron, ocurrieron en el caso de Cortometraje Documental a Los susurros del elefante, dirigido por Kartiki Gonsalves y Guneet Monga; en Cortometraje de Animación a The Boy, The Mole, The Fox and the Horse, de Charlie Mackesy y Matthew Freud y en Mejor Película de Animación a Pinocho de Guillermo del Toro.
También resultaron correctas las recompensas a Sin novedad en el frente, en Película Extranjera (si bien pudo ganar cualquiera de las figurantes en liza); en Actor de Reparto a Ke Huy Quan por Todo a la vez en todas partes; en Fotografía y Diseño de Producción a Sin novedad en el frente; en Sonido a Top Gun: Maverick; en Maquillaje y Peinado a La ballena y en Mejor Actor Protagónico a Brendan Fraser en razón del mismo filme. Aunque tan razonable hubiese sido si agasajasen a Colin Farrell por Los espíritus de la isla.
Los lauros conferidos en los pocos apartados restantes no son ni justos, ni injustos. Son y punto. Los pudiera haber recibido la mayoría de las concursantes.
En sentido general, han sido unos premios que contribuyen a sumir en la confusión a muchos espectadores del mundo, al irrespetar las jerarquías artísticas, confundir la trascendencia con la alharaca de ocasión, desplazar a las grandes creaciones, humillar a los maestros de la pantalla (Spielberg y Blanchett, los casos más dolorosos) y priorizar la agenda política por arriba de la creación y el interés de cineastas, actores y técnicos.