domingo, 15 de julio de 2012

Intocables

Suceso sociológico en Francia, donde veinte millones de espectadores la vieron para convertirse en la cinta con más boletos vendidos en la historia de esa pantalla y mutar progresivamente en objeto de adoración dentro del público medio, tal hecho pudiera tener la lectura bisémica de haber sido constatada por el espectador la eficacia hilarante de esta comedia de tipos dispares y a la vez representar una suerte de exorcismo mental colectivo para semilibrarse allí de los demonios fijados durante la era Zarkozy en su subconsciente contra los diferentes, excluidos, inmigrantes: ese otro “multicultural” del cual la  cofronteriza Merkel renegó a voz abierta. Aunque ella no invadió Libia.
Intocables (Eric Toledano y Olivier Nakache, 2011) forma parte de ese ya demasiado expandido tipo de películas idílicas con mensajes presuntamente edificantes de relaciones sentimentales
, hiperfraternales -bastante improbables en la realidad, pese a que el filme tome base de hechos verídicos- entre personas de universos, perspectivas, status del todo contrapuestos. Relatos en los cuales gana la bonhomía, el candor; aflora la parte más solidaria de la especie, los resabios mutuos se liman, vence el cariño…, bla, bla, bla.
Tramas donde un multimillonario parapléjico de elevadísima cultura necesitado de la contagiosa energía plebeya puede quedar rendido ante los arrebatos majaderos pero de buena fe de un negro pobre, jodedor y ex presidiario, quien tiene el poder de transformarle su vida, burlarse de su mundo, gestionarle un nuevo tipo de sexo -el de orejas-, conseguirle mujer para que trate con la única parte de su cuerpo en funciones -su cabeza-, decirle que eduque mejor a su hija, e incluso pedirle permiso para zurrarla: justo como ocurre aquí. Historias en las que prima cual leitmotiv dramático la conexión mental, la empatía de dos seres antagónicos, amarrada menos por la verdadera comunión interpersonal que por el interés del guion en yuxtaponer una y otra situación narratorial al servicio de tal “confluencia”. Tal cual sucede en el largometraje de Toledano y Nakache.
Cuanto en Le Havre, de Aki Kaurismäki (cuenta cómo un anciano ayuda a un niño africano a cruzar desde el norte de Francia hasta Inglaterra) era trabajado mediante sutileza, reflexión, homenaje al cine y tributo a la verdadera solidaridad humana -si bien también con más nobleza de la cuenta para mi gusto-, en Intocables es articulado mediante una fórmula que bebe desde las buddy movies a las comedias románticas más manidas. Sin embargo, de una manera si no ya “intelectiva”, al menos provista de menor manipulación en las emociones como de mayor donaire en la manera de narrar.
Dispone, para su fortuna, de un todoterreno -artista dúctil donde los haya-, del cine francés como Francois Cluzet, en el papel del parapléjico Philippe; junto al bombeante Omar Sy encarnando a su ayudante Driss. Por ver algunas escenas habitadas por este último ya vale la pena dedicar algo de nuestro tiempo a cuanto dura al filme. Es cierto que su personaje, como el del rico, responde a pautas estereotipadas en diversos ángulos conductuales, pero el cine como la vida desayuna-almuerza-come sus raciones de clichés.
Sin incurrir en más sentimentalismo del asimilable por receptores ahítos de melaza fílmica, el metraje discurre poblado de no pocos momentos de veras divertidos surgidos de un humor políticamente incorrecto de tono bajo, asociados a la discapacidad del anfitrión galo y el modo en que la asume el senegalés inmigrante de segunda generación.
Además, la química generada entre Cluzet y Sy ayudan a sumar simpatías hacia una obra con mucho de fairy tale, aunque sin duda alguna dotada de más espontaneidad, gracia e ingenio que cualquiera película norteamericana incluida en esta suerte de subgénero. Vaya, diciéndolo con claridad, Intocables porta en la genealogía zumos del tronco madre de Mujer bonita, Paseando a Miss Daysi, Arma letal, el remake estadounidense de Perfume de mujer o El discurso del rey, y sin embargo se disfruta mejor que todas aquellas juntas.  Toledano y Nakache saben mentir más bien en su cuento de hadas. Y hasta los franceses, con sus siglos de cultura a la espalda, caen en masa ante las mentiras bonitas. Todos somos humanos, débiles e imperfectos.
El filme es estrenado esta semana en las salas cubanas.

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