Insertada en combo junto a
La noche del Sr. Lazarescu (Cristi Puiu, 2005); Cómo celebré el fin del mundo
(Catalin Mitulescu, 2006); Bucarest 12:08 (Corneliu Poromboiu, 2007) o
California dreaming (Cristian Nemescu, 2007) dentro de la denominada “nueva ola
del cine rumano” -tendencia la cual ojalá no eclipse rauda ante la pobreza de
una cinematografía muy poco prolífica-, y por otro lado inscrita a fuego en el
pecho de una corriente revisionista del cine europeo hacia el pasado reciente
donde halla fila a la cabeza la tan bien construida como manipuladora cinta
alemana La vida de los otros (Florian Henckel von Donnersmarck, 2006) , 4
meses, 3 semanas, 2 días (Cristian Mingiu, 2007) es una película cuyo
testimonio de acierto primero estriba en la economía de recursos y la sobriedad
con que se maneja este drama sobre una muchacha en plan de aborto clandestino
durante los días finales de Nicolae Ceausescu, estadista
interesado en aumentar el ritmo de crecimiento de la población para tener gente
con la cual “levantar” su economía.
Por ende, promulgó una ley -vigente durante
23 años- en contra del aborto y los anticonceptivos: crímenes de lesa
hostilidad política allí. No obstante, la historia demostró el efecto contrario
de las medidas, ante el descenso notable de los alumbramientos y una avalancha
de operaciones ilegales en medio de las peores condiciones sanitarias. Según las
diversas fuentes, entre 15 mil y medio millón de mujeres murieron debido a
tales procedimientos.
Sin perder de vista el
axioma de Truffaut: “el cine no demuestra, muestra”, Mingiu (Occident, 2002)
dice todo esto, pero no al pedagógico-demostrativo modo de clase de Historia,
sino de forma inductiva -aquí no aparece, a la manera de los filmes
estadounidenses, “explicaciones contextuales”, en cambio provoca su búsqueda-,
larvante, austera, naturalista, en una película de implosiones feraces cuyos
ecos conmocionales vocean entre capas de subtextos no distinguidas justamente
por la extroversión. Es lo que más me cautiva de su umbrío drama, plúmbeo,
ocre, tristeazulado por convicción en las apagadas gradalidades cromáticas a
fin de “dar” ese ambiente grisáceo de personajes/época, a cuyo objeto rebajaron
un tercio del tono real de la imagen por intermedio de efectos químicos.
La atmósfera de enfermiza
quietud de aquellos años terminales (hoy día, la verdad sea dicha, sin
demasiados mejoramientos visibles, pues la mayor parte de estos países
esteuropeos ex socialistas afrontan grandes dificultades) queda magistralmente
expresada por extensos planos-secuencia, o la presencia de una cámara en mano
que ora se achanta en posiciones fijas, ora rastrea movimientos casi en tiempo
real a lo largo de un relato claustrofóbico, tenso, cortante, austero,
pragmático como poco cine del momento en su vocación elíptica. Mas que la
constatación progresiva del proceso del aborto -desentendido de la
explicitación digamos de una Vera Drake (Mike Leigh, 2004)-, a lo que tampoco
deja de atestiguar paso a paso pese a cuanto digo a continuación, o jarro de
aceite contra lomos de Gomorras posibles, 4 semanas…., resulta muchísimo menos
registro demonizatorio que operación metonímica en torno a la desesperación
personal o social, sinécdoque del fin de una era desde un movimiento de fichas
emitido de forma limpia y precisa sobre el tablero del cine. Mingiu no enjuicia
per se en sus imágenes, limítase a exponer (si bien será imposible no generar
evaluaciones postreras).
Lejos de la filípica
dirigida a un pasado sin posibilidad de redención, o el alegato anatematizador
apuntado al blanco de puntos finales u cualesquieras engendros legales asesinos
de memorias, constituye la obra de Mingiu vivisección del diario de sobrevivida
en reinos de mentira. Sí, pero fundamentalmente representa oda a la capacidad
de vencer de lo humano y lo noble aun en medio de la putrefacción más rampante,
cuando supervivir supone atravesar por un cúmulo de humillaciones que van desde
privarse del elemental derecho a ser digno hasta negociar la virtud de
permanecer leal a la conciencia. Hojas sueltas ellas de un follaje moribundo,
la de Otilia (asumida en formidable trazado caracterológico por Anamaria
Marinca) y la embarazada Gabita (Laura Vasiliu) es la historia de una amistad
de esas cocidas solo al calor del fuego lento del dolor, de aquellas tejidas
únicamente cuando para compartir no se tiene nada más que mucho miedo y tanto
más amor.
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