Fuera de juego (2005), filme
ganador en Berlín del Premio Especial del Jurado (ex -aequo), en torno a un grupo de muchachas imposibilitadas de
asistir a un partido de fútbol de la selección nacional por las convenciones de
la doctrina islámica que lo prohíbe a las mujeres, representa la consecuencia
en el tiempo para con la obsesión con el sexo femenino que el realizador iraní
Jafar Panahi mostrara desde su inefablemente bella opera prima de 1995 El globo blanco, pasando por El espejo (1997), hasta El círculo (2000).
En este último filme explora a la mujer en la dimensión
de la adultez; en los anteriores filmes había sido desde la perspectiva de la
infancia. La idea de El círculo (León
de Oro en Venecia) la cuenta el propio Panahi: “Parte de un suceso ocurrido en
Irán: una madre que había matado a sus dos hijas y se había suicidado después.
Pero también tenía razones personales. Cuando nació mi hija, mi madre me vino a
ver al hospital con una expresión de funeral, así es que pensé en lo peor.
Luego me dijo: Jafar, ten valor, has tenido una niña. Aceptar a una niña es
difícil hasta para una mujer”.
La película arranca con el nacimiento de un bebé. A pesar
de que la ecografía pronosticaba un varoncito, la linda rajilla entre las piernas
de la nenita arrostrará el inevitable anuncio de una de las peores calamidades para un hombre
en la cultura islámica: ser padre de una hembra. La abuela, compungida, está
convencida que su yerno solicitará el
divorcio en el acto.
A partir de este suceso dramático comienza a desplazarse el itinerario narrativo de un
filme que sigue las vidas de ocho mujeres, las cuales por una u otra razón
(casi todas irrazonables) han pasado por la cárcel. Nargess intenta abandonar
la ciudad y volver a su pueblo, su amiga
Arezu hará lo imposible por conseguir el dinero del pasaje. Otra lucha
desesperadamente por practicarse un aborto ante el rechazo de sus hermanos,
pero la operación no se la hará nadie sin el consentimiento paterno. Una está
obligada a prostituirse. Las otras tendrán cada una su propio dilema.
La cámara y el relato van de una a otra, nos presentan
sus respectivos casos, sin información en abundancia (para no decir casi nula,
pues el director bendice la pregnancia de la imagen, por cuanto las palabras o
los hechos referidos vía verbal no tendrán mucho significado en odiseas vitales
ya explícitas en cada acto, en cada gesto de las protagonistas), y luego las
dejan hasta hacerlas confluir en un cierre concéntrico, circular, que comienza
por el principio. Antes de llegar aquí, el espectador se abocará a una travesía
desoladora por las calles de Teherán, tomada en planos larguísimos, con un
concepto estilístico que confiere preeminencia al sentido del tiempo y que en
lo formal tiene en el sonido ambiente uno de sus aliados fundamentales para
transmitir esa aura de naturalidad -escuchamos el crujido de los zapatos en los
adoquines, el roce del chador y la túnica negra sobre sus cuerpos celosamente
escondidos de las miradas masculinas, el claxon de los autos, el vocerío de los
niños...-. Las mujeres prácticamente atraviesan las calles como si fuesen
fantasmas, temerosas de los hombres,
bajo asedio, lejos de los policías.
Relato minimal en formato de docudrama realista, sencillo
pero demoledor, cuya poderosa fuerza surge en gran medida de actrices no
profesionales de asombrosas elocuencia en sus registros, El círculo es un retrato desolador, duro y doloroso el cual, amén
de portar un mensaje ecumenista sobre la intolerancia, asume una perspectiva
crítica respecto a la tradición cultural de sociedades ancestralmente
patriarcales. Constituye un impresionante documento sobre la ferocidad de las
convenciones de la tradición musulmana hecho a partir de una historia pequeña y
real que se mueve entre lo documental y lo fictivo, cual ya resulta común en la Nueva Ola Iraní, desde
Kiarostami a Makhmalbaf, desde Ghobadi hasta Majidi. Justamente del estilo de
su maestro Kiarostami se impregna aquí el más que avezado discípulo Panahi,
sobre todo en la dosificación informativa, en la solemnidad dramática, en la
composición de personajes que son espejos de sí mismos, en el concepto sobrio y
reposado de la puesta en pantalla, en la transparencia y la sencillez
argumental.
Pero no es obligadamente El círculo una lectura exclusiva de los patrones de comportamiento
social de un país determinado; se trata de una obra mayor que habla en sentido
general de las miserias que aun lleva de fardo inquitable la especie a cuestas
de su lomo, de las contradicciones, el abuso y la incomprensión humanas. Fue,
en cierto modo, una película premonitoria para Panahi, quien comprendió, en
carne propia, que en todas partes cuecen habas cuando, poco después de
granjearse honores en el planeta mediante este filme, fuera detenido y
humillado, por su condición de árabe, en el aeropuerto de Nueva York. Panahi
difundió entonces, en abril de 2001, una carta a toda la comunidad
cinematográfica mundial donde afirmaba: “Los policías me pusieron cadenas en
mis pies y me engancharon a otros encadenados, todos a la vez, a un banco muy
sucio. Por diez horas, sin preguntas ni respuestas, fui forzado a sentarme en
ese banco a presión junto a los otros. No me podía mover, estaba sufriendo de
una vieja enfermedad que sin embargo nadie observó. No había dormido por dieciséis
horas y tuve que pasar quince más en camino de viaje a Hong Kong. Era una
tortura, más entre todos esos ojos mirones. En el avión intenté dormir, pero
fue imposible. Sólo podía ver las imágenes de esos hombres y mujeres sin dormir
que aún estaban encadenados”. Al parecer no solo a las mujeres islámicas les
resulta difícil escapar del círculo vicioso de la intolerancia.
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