Cine desprovisto de una
historia con muchos capítulos en el contexto latinoamericano, el uruguayo solo ha
logrado agenciarse un público e inscribirse dentro del contexto festivalero
mundial durante los últimos tres lustros, merced a ciertas apreciables muestras
a la manera de Una forma de bailar, En la puta calle, 25 watts, Whisky, Matar a
todos, La cáscara, La perrera, Fan o esta El baño del Papa, la cual comentamos hoy.
Sus realizadores César
Charlone (director de fotografía para el brasilero Meirelles en Ciudad de Dios)
y Enrique Fernández parten de una
premisa argumental cuando menos curiosa e inspirada en el suceso real que marcó
la visita al pueblo de Melo, Uruguay, de Su Santidad Juan Pablo II, en 1988. La
prensa auguraba la presencia de cerca de 60 mil fieles para acompañar al
Pontífice en ese rincón de la nada.
Los enardecidos “meleños” se
hicieron la boca agua y tuvieron la mala idea de endeudarse hasta la madre al comprar las
mercancías necesarias para montar centenares de puestos de butifarras,
esperanzados en venderlas durante la misa papal. A la larga al Santo Padre no más lo siguieron unas
ocho mil personas; muchas en ómnibus climatizados y con todo dentro, oriundas
del cercano Brasil, quienes no compraron ni un chorizo en las improvisadas
vendutas. De modo que las grandes esperanzas de los paupérrimos habitantes quedáronse
en ilusiones perdidas. Esto ya queda claro, por supuesto, desde Dickens y
Balzac, o el cuento de la lechera. No hacía falta que llegara el clásico
berlanguiano Bienvenido Mr. Marshall ni esta tragicomedia suramericana, pero el
filme es de ver y querer.
Beto (César Troncoso) personaje
central, dedica su tiempo a bagayear (contrabandear en bicicleta a través de la
frontera avíos destinados a los tenderos locales). Nunca tiene más que para el
día, por lo que el hombre pone todo su empeño en armar un servicio higiénico
(que él, en medio de su pobreza e ignorancia vende como servisio hijiénico) para
alquilarlo a los feligreses necesitados en medio del sermón. Huelga decir que
el baño del Papa permanecerá intocable. El guión modela a una figura protagónica
de anverso y reverso. Clásico perdedor por las circunstancias, soñador
imperturbable, iluso irredento (el filme termina con el hombre llamando a su
esposa y diciéndole “Tengo otra idea”), Beto es presentado al espectador a la
larga como un tipo simpático, mas no por ello exento de incurrir en varios
errores, entre ellos maltratos a su hija y mujer, si bien motivados todos por
la extrema presión que a su condición de cabeza de familia le marca la
indigencia cotidiana.
Acierto de los directores -pese al contexto retratado-
es desmarcarse del miserabilismo consustancial a algún tipo de cine regional,
despostalizar la churre y abstraerse siempre de un plano de estilización, tan
típico en ciertos exponentes de los últimos tiempos, mas bien visto impensable
a la hora de atisbar referencias sociales tales. Fernández y Charlone, por otro
lado, saben cómo y cuando emplear el humor, el cual en su película fluye de
manera orgánica, algo no siempre fácil de conseguir en un filme de legítimo
sesgo realista y voluntad documental. Muy a la manera de un Carlos Sorín en la Argentina (pensemos pues
en Historias mínimas, ó Bombón el perro).
Multipremiada en el Festival de Gramados 2007
y una de las cintas más vistas por los uruguayos en la historia de su pantalla,
El baño del Papa deviene pieza de lustre al contemplar la curva de evolución
del cine regional. Sus directores armaron una historia universal sobre el
azogue débil del cristal de la ilusión. Ni este Beto, ni su sufrida mujer que
guarda cuatro pesos en una latica, ni su hija que sueña con ser locutora, ni el
negro amigo que suelta la vida en bicicleta junto a él entre Melo y los
pulgueros de Brasil se nos van a escapar de la memoria fácilmente. Mérito harto
mayor hoy día, cuando las películas se olvidan antes de terminarse.
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