jueves, 9 de octubre de 2014

El baño del Papa, formidable filme uruguayo


Cine desprovisto de una historia con muchos capítulos en el contexto latinoamericano, el uruguayo solo ha logrado agenciarse un público e inscribirse dentro del contexto festivalero mundial durante los últimos tres lustros, merced a ciertas apreciables muestras a la manera de Una forma de bailar, En la puta calle, 25 watts, Whisky, Matar a todos, La cáscara, La perrera, Fan o esta El baño del Papa, la cual comentamos hoy.

Sus realizadores César Charlone (director de fotografía para el brasilero Meirelles en Ciudad de Dios) y Enrique Fernández  parten de una premisa argumental cuando menos curiosa e inspirada en el suceso real que marcó la visita al pueblo de Melo, Uruguay, de Su Santidad Juan Pablo II, en 1988. La prensa auguraba la presencia de cerca de 60 mil fieles para acompañar al Pontífice en ese rincón de la nada.
Los enardecidos “meleños” se hicieron la boca agua y tuvieron la mala idea de  endeudarse hasta la madre al comprar las mercancías necesarias para montar centenares de puestos de butifarras, esperanzados en venderlas durante la misa papal.  A la larga al Santo Padre no más lo siguieron unas ocho mil personas; muchas en ómnibus climatizados y con todo dentro, oriundas del cercano Brasil, quienes no compraron ni un chorizo en las improvisadas vendutas. De modo que las grandes esperanzas de los paupérrimos habitantes quedáronse en ilusiones perdidas. Esto ya queda claro, por supuesto, desde Dickens y Balzac, o el cuento de la lechera. No hacía falta que llegara el clásico berlanguiano Bienvenido Mr. Marshall ni esta tragicomedia suramericana, pero el filme es de ver y querer.
Beto (César Troncoso) personaje central, dedica su tiempo a bagayear (contrabandear en bicicleta a través de la frontera avíos destinados a los tenderos locales). Nunca tiene más que para el día, por lo que el hombre pone todo su empeño en armar un servicio higiénico (que él, en medio de su pobreza e ignorancia vende como servisio hijiénico) para alquilarlo a los feligreses necesitados en medio del sermón. Huelga decir que el baño del Papa permanecerá intocable. El guión modela a una figura protagónica de anverso y reverso. Clásico perdedor por las circunstancias, soñador imperturbable, iluso irredento (el filme termina con el hombre llamando a su esposa y diciéndole “Tengo otra idea”), Beto es presentado al espectador a la larga como un tipo simpático, mas no por ello exento de incurrir en varios errores, entre ellos maltratos a su hija y mujer, si bien motivados todos por la extrema presión que a su condición de cabeza de familia le marca la indigencia cotidiana.
  Acierto de los directores -pese al contexto retratado- es desmarcarse del miserabilismo consustancial a algún tipo de cine regional, despostalizar la churre y abstraerse siempre de un plano de estilización, tan típico en ciertos exponentes de los últimos tiempos, mas bien visto impensable a la hora de atisbar referencias sociales tales. Fernández y Charlone, por otro lado, saben cómo y cuando emplear el humor, el cual en su película fluye de manera orgánica, algo no siempre fácil de conseguir en un filme de legítimo sesgo realista y voluntad documental. Muy a la manera de un Carlos Sorín en la Argentina (pensemos pues en Historias mínimas, ó Bombón el perro).
Multipremiada en el Festival de Gramados 2007 y una de las cintas más vistas por los uruguayos en la historia de su pantalla, El baño del Papa deviene pieza de lustre al contemplar la curva de evolución del cine regional. Sus directores armaron una historia universal sobre el azogue débil del cristal de la ilusión. Ni este Beto, ni su sufrida mujer que guarda cuatro pesos en una latica, ni su hija que sueña con ser locutora, ni el negro amigo que suelta la vida en bicicleta junto a él entre Melo y los pulgueros de Brasil se nos van a escapar de la memoria fácilmente. Mérito harto mayor hoy día, cuando las películas se olvidan antes de terminarse.

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