Voraz (Ravenous) basa su trama en sucesos
verídicos acaecidos en Norteamérica corriendo el siglo anterior: hechos de
canibalismo forzado que tuvieron lugar en 1846, en medio de la expansión de
colonos hacia territorios del oeste, cuando una de estas caravanas quedó
atrapada en el salvaje invierno de la Sierra Nevada, y los sobrevivientes no tuvieron
más remedio que comerse a sus compañeros de viaje. Lo que no confirma la
historia es si los mataron para comérselos, o si se los comieron ya muertos por
enfermedad u otra razón.
El
cine, lógicamente, se inclinó por la primera posibilidad y salió esta película
para la que se necesita tener un estómago fantástico de trabajador de matadero,
de tan acerba su galería visual de monstruosidades sangrientas insertas dentro
de la estética de mercurocromo del más rampante cine gore. Sin embargo, aunque
no sea precisamente la película-emparedado que nos zampemos previa cena,
tampoco es como para espantar. Voraz, de
la señora Antonia Bird, deviene en uno de los suspensos de mayor calibre salido
de las factorías estadounidenses en el penúltimo año del siglo XX. La línea
tensional del filme asemeja la cuerda que en el circo tienden al equilibrista:
tensa a reventar. Aquí no hay zonas muertas, desbalances tensionales en las
diferentes fases del filme; sí en cambio, un puntilloso cuidado para un
equilibrio perfecto de clímaxs y anticlímaxs y un funcionable acomodo
argumental al elemento fantástico del mito indio del espíritu maligno del weendigo, que incorpora a cada hecho
violento el sabor nunca despreciable de lo sobrenatural.
En Voraz, el capitán John Boyd (Guy Pearce)
es enviado de castigo a un fuerte en las montañas nevadas de California en
medio de un duro invierno. El hombre tiene serios problemas con la sangre, la
cual le causa el efecto contrario que a los vampiros. Para su desgracia, allí
llega Colqhoun (Robert Carlyle), un coronel escocés que se comió a toda su
tropa dentro de una cueva que les servía de refugio ante un clima insolente. El
tipo está completa, taradamente enamorado de su nuevo método de subsistencia, y
compromete a los poquísimos habitantes del fuerte en su propensión a la
homoalimentación. Entre Boyd y Colqhoun sucederán cosas muy interesantes.
Voraz tiene varios planos de lectura: la
fuerza antropofágica del ente espiritual -y claro está, que físico, pero es el
que menos cuenta- humano en condiciones
extranormales y la incidencia de estas últimas en el moldeado a nuevas formas
del barro del alma. Una película que a muchos puede no gustar, pues como aquel
chip prodigioso que se perdía en el cuerpo humano de la cinta de los ´80, ésta
navega por la poción oscura que se derramó, ya desde lo genésico, en nuestro
ácido desoxirribonucleico.
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