Una de las películas españolas de mayor nobleza
y otros dones de espíritu de la década de los noventas es Secretos del corazón (1997). Su profunda inserción en el universo de las
indagaciones infantiles la emparentan con exponentes ineludibles de dicha
cinematografía como El sur, Cría cuervos, El espíritu de la colmena, Demonios
en el jardín o La madre muerta, pero dentro de esa más
o menos “mismisidad” temática existen en sí signos diferenciadores que la
transportan a un enfoque otro y la virginizan para procurar una entrega donde
huelgan referentes y sobresale, ante todo, la inefabilidad de lo auténtico.
El
lustre mayor y elemento identificador de la personalidad de este relato fílmico
de trazo lineal, cuyo punto de vista parte de la pupila del personaje de un
niño, proviene de la organicidad con que queda analizado el encuentro,
conocimiento, desciframiento y aceptación por ese pequeño del mundo adulto. Sin
ser un filme simbólico, defínense señales recurrentes que, más allá de las
palabras, le hacen saber a nuestro Javi de las fronteras entre la inocencia y
los secretos despejados: una de las frecuentes puertas entreabiertas que
habitan la arquitectura espacial de la obra -cuyos visillos de luz acaso
indiquen la calle al futuro- le convence, desde sus gemidos atrapados, que el
despeñamiento de la pasión causa vendavales de inconfesables consecuencias en
el corazón. Entre ese río de piedras que precisa aprender a cruzar, esos actos
de mayores que ha de imitar, discurrirá el arco de la existencia física y
espiritual que de momento tensará una criatura maravillosa magistralmente
configurada en un guión hábil, minucioso, coordinado en cada lance y recoveco.
Resulta
crucial a efectos dramáticos la escena en que la tía María le impulsa a cruzar
ese río que, una vez vencido, demarcará el límite entre el territorio ya dejado
atrás de la cobardía infantil y el del arrojo regalado por la edad; también la
linde entre el instinto y la razón. Como fundamental resulta la secuencia en
que Javi engaña a los curas: miente, puro pragmatismo gamberro, para conseguir
un objetivo: aprendió la lección de “los grandes” y exterioriza lo palpado.
Destruye la telaraña que observa el espectador en la pantalla porque descubre,
con sus ocho años, que a veces la existencia puede semejar una de ellas que
escinda cursos e impida obrar. La escena del apareo de los perros, en tanto,
marca los visos de la madurez de pensamiento; mientras que la niña que por unos
duros semidescubre su entrepierna ante el desconsuelo de sus dos pequeños
observadores, rotula la ilusión trunca derivada de atropelladas precocidades.
En tal cuerda de dicotomías sentimentales, sensoriales, perceptivas se mueve la
cinta de Montxo Armendáriz.
Película
de detalles, especialmente eficaz en su manejo del sobrevuelo, cautivante en su
lluvia de sugerencias, inteligente para escapar de lo explícito, inusual en la
capacidad del sobredicho, Secretos del
corazón vivifica ese género tan poco poblado como casi mítico en España de
la pieza fílmica con niños que observan el universo de los mayores. El
realizador y también guionista Armendáriz vivencia las aproximaciones de un
menor a la verdad y la mentira del planeta de los mayores, descubre el
marchitar de la inocencia, mientras la trama comparte metraje en husmear los
misterios en derredor a esta familia, sesentiana y pueblerina, tras de los
cuales, en fin de cuentas, podrían estar armándose muchos de los misterios de
este mundo.
Estamos
frente a la nostálgica urdimbre de una sinfonía iniciática trasladada a la
pantalla con bemoles precisos por la mano maestra de uno de los grandes autores
ibéricos contemporáneos, alguien a quien casi le costó perder el pelo encontrar
financiamiento para este proyecto cuyas hojas se decoloraron de tanto andar con
su guión bajo el brazo. Un director que no solo sabe narrar con vehemencia,
rigor y soltura, sino que además sabe extraer composiciones memorables de sus
intérpretes, como la elaborada por
Carmelo Gómez aquí y sobre todo la del
niño nombrado Andoni Erburu que encarna a Javi, el protagonista absoluto de
este filme que concentra en sus imágenes un poco del asombro, la curiosidad y
la paradójica felicidad tristona que embargan el alma a través de la infancia
ante cada acto develatorio de la vida.
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