Al maestro
de la animación Juan Padrón (Matanzas, 1947), Premio Nacional de Cine, le
debemos el surgimiento de Elpidio
Valdés, personaje cuya irrupción alcanza la friolera de 45 años, desde
que el 14 de agosto de 1970 el semanario infantil Pionero publicara la historieta
fundacional.
De cierto
resulta difícil medir el increíble significado del coronel mambí para el
orgullo, el patriotismo y la autoestima de este país. Es una de las tradiciones
culturales patrias, eso ya lo dice todo.
No hay
inyección mayor de ideología que mediante la imagen, bien lo saben quienes
pretenden dominar el planeta mediante la guerra cultural total e intentos de
implantación absoluta del discurso hegemónico. Y gracias a la imagen de
Elpidio, millones de cubanos de varias generaciones tuvimos una mejor idea de
conceptos, virtudes y valores como autoctonía, soberanía nacional,
independencia, resistencia, dignidad, amor al prójimo, respeto al ser humano,
comprensión, camaradería interracial, amistad, sensibilidad, amor a la pareja y
hasta relación con la naturaleza.
Lo anterior
se comprueba al repasar los fotogramas de Elpidio
Valdés, el filme de setenta minutos de 1979 (primer largometraje de
animación en la historia del cine cubano); Elpidio
Valdés contra dólar y cañón, estrenado cuatro años después y la veintena de
cortos previos o posteriores.
El spin off (variante tan en boga traducida
como la elongación de un personaje de la obra original en otra creada para sí)
encontraría en Fito, María Silvia, Palmiche y varios personajes cercanos al
“pillo manigüero” base dramática para contar con sus propias películas o
series; claro está, si a las posibles intenciones de hacerlo le correspondiera
el necesario respaldo financiero, porque el dibujo animado, como el género
histórico, es caro.
En medio
del ocre panorama de vindicación de nuestra historia en el audiovisual cubano
de ficción, acontece la buena nueva del estreno -en consonancia con el
aniversario 45-, del corto Elpidio
Valdés ordena Misión Especial, producido por los Estudios de Animación del
ICAIC. Al menos en provincia, es proyectado en solitario, no como complemento
de un largometraje (lo típico, inmemorialmente, en casos tales); lo cual
constituye un error craso de programación, pues a los ocho minutos los
espectadores deben abandonar el cine.
Confieso que, tras el tiempo transcurrido en estado de
hibernación, al menos yo esperaba más del material. El corto baraja las buenas
intenciones mensajísticas del universo elpidiano (justipreciar el valor de
todos los trabajos, o las pruebas como forja del temple: explícitas en el envío
de El Niño, ese Goliat mambí afrocubano al hospital de sangre de Ñá Mercé a
lavar sábanas y dar de comer a los heridos…) y no creo haya sido resultado del
azar en alguien tan agudo como Juan Padrón el correcto tratamiento de la racialidad
ni el subtexto del respeto a la ancianidad y a la sabiduría de los abuelos, en
tanto país con elevada tasa de envejecimiento poblacional, lo cual por
asociación indica la flexibilidad temporal de la criatura a los signos de las
épocas. Pero el trabajo adolece de garra, bríos, intensidad, magia, brillo en
una paleta que parece ser la misma pero no es igual. Se contagia, de alguna
manera inescrutable o difícil de traducir por la vía verbal, de la depresión
emocional atravesada por la pantalla nacional de más fresca factura.
La trama de Elpidio
Valdés ordena Misión Especial fluye laxa, evanescente de numen y se echa en
falta el antaño esplendor en el diseño escenográfico de la puesta en pantalla y
aquella ordalía creativa de miles de dibujos al servicio de una idea. Por otro
lado, tiende a extrañarse más del humor implícito de la saga, del mismo modo
que una aparición menos pálida del coronel mambí en el mojón fílmico demarcador
de su necesaria resurrección en pantalla tras ese fin de ciclo marcado por Elpidio
Valdés ataca
Trancalapuerta (2003). Parafraseando a la rockera mexicana Alejandra
Guzmán, no es que esté mal, ni hablar; pero le falta madurar. Es casi un
boceto.
Mejor suerte en la próxima aventura, compay; y ojalá no
demores otros doce años en cabalgar en nuestros cines.
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