Pablo
Trapero, uno de los mejores narradores del cine argentino contemporáneo, contó
una historia dura, negra, de fortísimo trasfondo social, mediante los bemoles
precisos, en ese notable exponente de la pantalla de su país y latinoamericana
en general que es Carancho (2010).
El director,
de nuevo en el registro dramático de un espacio cerrado, similar a la previa Leonera (2008), genera un clima
desasosegante en esta película filmada sin resuello, en la cual emprende un
ejercicio radiográfico del alma compungida del más sórdido y desesperanzador
Buenos Aires. Ciudad en cuyo vórtice de desazón surge la luz vindicatoria de
sensible romance, atisbado/manejado de forma hábil, nada forzado y -por el
contrario- fundido de manera orgánica al relato.
Con el
levantón actoral de ese todoterreno llamado Ricardo Darín, dando cuerpo a otro
de los antihéroes del creador de El
bonaerense, y Martina Gusman, Trapero consigue una película siempre arriba,
que nunca pierde el fuelle ni le sobra siquiera uno solo de los numerosos
planos-secuencias mediante los cuales la cámara se vuelca sobre esta noche
capitalina de abogados carroñeros y doctoras drogodependientes, ninguno completamente
malo ni del todo bueno en el fondo.
Es una
película para apreciar la mano de un realizador trabajando a placer en su
hobby más placentero de narrar en cine, filmada eso sí desde un distanciamiento
programático, y acaso resentida por ello de la misma gelidez derivada de dicha
forma de proyectar la historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario