Coral a
la Mejor Ópera Prima en el Festival de Cine de La Habana y además laureada en
otras citas cinematográficas, es la película argentina La sonámbula (Fernando Spiner, 1998) uno de esos raros exponentes
cinematográficos de futurismo meridional, más o menos en la cuerda de Lo que vendrá, de Gustavo Mosquera. Cuba
también tuvo, en fecha reciente, su debut en el largo de ciencia-ficción,
mediante Omega 3, de Eduardo del
Llano, con reseña disponible en esta blog.
Hubiera
estampado más alto empine La sonámbula,
de no existir una dicotomía entre la absoluta clase de componedor visual y
articulador de atmósferas de su realizador, y sus limitaciones para narrar en
el sentido adecuado de la yuxtaposición fílmica.
No hay
dudas de que Spiner dispone de cultura y percepción cinematográficas,
manifiestas al componer una cinta donde están a su modo los entornos opresivos
de Scott, los silencios abiertos de Tarkovski, la imagen anticipatoria de Lang
(ese Buenos Aires futurista, por cierto de un diseño artístico dignísimo para
concebirse sin el capital requerido, hace guiños a la Metrópolis expresionista del europeo) y miradas de la lente propias
de un Ford: señor que no le interesó el género pero que entre tantas cosas fue
maestro del saber jugar con la interacción entre los rostros y el paisaje, algo
tan bien jugado aquí por Fernando.
Pero
dicho realizador, en aras quizá de singularizar la personalidad de su obra,
ribetea una hilatura dramatúrgica deleznable (en la acepción auténtica y no
distorsionada del término) con exiguos lances-ganchos para un espectador del
cual tiende a olvidarse en su reafirmación autoral, rematada para colmo tanto
por su progresión tautológica como por la anfibología de las líneas
argumentales.
No
obstante, a la larga La sonámbula
sigue siendo una historia de interés, más debido a sus semejanzas con algunos
infiernos generados en las cabezas del mundo real -la experimentación malsana
con los seres humanos-, que en razón de su modo integral de asumirse.
Spiner
volvería a incursionar en el género, a través de Adiós, querida Luna, estrenada en 2005. También es el director del
western Aballay, el hombre sin miedo, comentado en La viña de los Lumière.
No hay comentarios:
Publicar un comentario