La fundacional
Thelma y Louise, de Ridley Scott,
marcó el camino de las películas de “búsquedas existenciales en la carretera”. Y
aunque lo anterior pueda parecer sartreano o acaso solemne, el cine a veces lo
asume con un buen tilín de sorna o mala leche -sería, un caso, verbigracia, la
antológica A propósito de Schmidt-,
que por suerte aligera la carga dramática de estas catarsis emocionales
vomitadas sobre cuatro ruedas. Historias de pechos descubiertos, en ocasiones
distantes de los modos de decir predominantes en el cine norteamericano, a
resultas de lo cual algunos de los road-movies
facturados allí saben a algo así parecido a lo forzado.
Es cuanto
de algún modo sucede con Around the Bend,
de 2004. El debut de Jordan Roberts en la realización, rodado por la división
artística de una de los majors o
grandes estudios, alberga nobles intenciones y una idea clave en tiempos de
desintegración familiar: la unidad de eso que no por gusto Marx, y la Iglesia,
denominan como célula madre de la sociedad.
Around the Bend parte de un
conflicto dramático sembrado en pantalla a partir de la muerte del patriarca de
tres generaciones de varones, y el subsecuente deseo testamental del viejo de
que sea enterrado de una forma tan extraña y prolongada de conseguir, que en
realidad pretende lograr otra cosa: que su nieto y su hijo se reconcilien tras
un largo viaje por las carreteras perdidas en el vientre de eso llamado la “América
profunda”.
La intención
es válida, no importa cuántas películas mejores se hayan dirigido a tal
enrumbe. Lo que pasa es que se falla de entrada en lo relativo a la
conformación de algo tan crucial a los empeños de este tipo de cine como el casting. Pese a ser, por separados, tres
buenos actores, Michael Caine (en el rol del abuelo moribundo); Josh Lucas (su
nieto) y Christophen Walken (el padre que abandonó a este último, recién nacido
y medio lisiado), el trío, visto en conjunto, no luce bien del todo.
Walken
no puede quitarse aquí ese hálito fantasmagórico que lo ha acompañado por
décadas y a algunos hace confundir con un ser transportado de otra dimensión,
lo cual en verdad daña mucho a la película. Si bien tras el personaje hay un
acertijo a descubrir en pos de la salida dramática del filme, él abusa de su
talante de misterio y actor freak o
raro. Nada que ver con Lucas y Caine; de modo que parece la familia menos
familia del desierto americano.
El cierre
argumental resulta tan tremebundo como exagerado, y el desarrollo de la
historia, predecible. Sin embargo, la película está envuelta en un aire de
nobleza que concita el interés. En ciertos pasajes se llega a compartir los
sufrimientos, las cuitas inaflorables de sus personajes. E incluso a comprender
sus inesperadas reacciones. Después de todo, no debe perderse de vista que,
aunque primerizo, Jordan Roberts ya sabía narrar a la altura del estreno del
largometraje y fue uno de los guionistas de un excelente relato noir de la guisa de Road to Perdition.
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