Años
de golpe de estado contra el dirigente progresista Jacobo Arbenz y cruentas
dictaduras militares posteriores, organizados o apoyados en uno y otro caso por los
Estados Unidos -actor protagónico en los 36 años de guerras internas, con saldo
de 200 mil muertos y 45 mil desaparecidos; y que además, entre otros muchos
desmanes, convirtió al país en uno de los experimentos de prueba con sus
cobayas humanas-, hicieron de la triste Guatemala uno de los sitios de mayor
desangre y esquilme del continente: hoy como ayer presa de la violencia, el
crimen, la inseguridad ciudadana y bajo el control económico de empresas
foráneas, la mayoría norteamericanas, y escasas familias de la gran burguesía
local.
La
producción guatemalteca Los gigantes no
existen (coproducida en 2017 con España y el apoyo del Programa Ibermedia)
se ambienta en 1982, uno de los períodos más sangrientos de la historia de la
segunda mitad del siglo XX en la nación centroamericana. Narra el suceso,
verídico, del rapto del pequeño Jesús Tecú Osorio, durante la masacre gubernamental
de Río Negro, en la cual fueron asesinados a bala y machete -corte Ruanda
1994-, 177 mujeres y niños. El “patojo” se salva porque uno de los
paramilitares lo lleva para su casa, con el fin de intentar paliar el
desconsuelo de su esposa por la pérdida del hijo propio, y también con el
propósito de utilizarlo como fuerza de trabajo esclava.
Es
muy difícil encontrar belleza en medio de la desolación, sin embargo el filme
escrito y dirigido por el sevillano Chema Rodríguez lo consigue, esencialmente,
merced a su delicadeza en la aproximación al universo interno del chiquillo
plagiado (un delicioso José Javier Martínez) y su capacidad imaginativa.
Momentos
impagables de la película, las conversaciones suyas con la figura imaginaria
del hermanito (los militares le destrozaron la cabeza en la referida masacre, una
de sus tantas fratricidas y cobardes arremetidas mortales contra personas
indefensas) le ayudan a sortear el dolor de haber sido arrancado violentamente
de su gente indígena por un personaje, el del Pedro el captor, que es puro
vacío y desconsuelo: casi una imagen del país en que transmutaron a Guatemala.
Los gigantes no existen constituye
una pequeña gran película, de escaso metraje pero de notable fuerza dramática y
visual, sobre el dolor histórico de nuestros pueblos, primero sometidos a las
fuerzas coloniales y luego a las neocoloniales e imperialistas. No obstante,
fue estrenada en España hace pocas fechas y lamentablemente no tuvo ni un tres
por ciento de la promoción que el grupo PRISA y adláteres le dedican a los
tanques hollywoodenses. Las secciones de críticas de la semana tampoco tuvieron
consideración.
Aunque
en fuera de campo, la escena, en el cuartel, de la violencia del Ejército
contra los propios campesinos que utiliza en función de cómplices e informantes
grafica la monstruosidad cometida en esa nación y resulta ilustrativa, cual la
del prólogo del crimen colectivo, de un modus
operandi entronizado en los cuerpos castrenses del continente al calor de
las enseñanzas de la Escuela de las Américas.
Hoy
Jesús es abogado, se encarga de recordarnos el filme al epílogo. Si bien logró
encarcelar al captor y a otros participantes en el asesinato múltiple de hace trentiséis años, todavía no ha conseguido que paguen por la masacre ninguno de
los militares involucrados ni sus jefes. No creo que alguna vez logre concretar
su tarea, dado el clima de impunidad reinante en América Latina hacia estas
atrocidades perpetradas por gobiernos serviles, a la orden de Washington y de su lucha contra
la “insurgencia” y el “comunismo” desde el Bravo hasta la Patagonia.
Muchas gracias
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