Al momento que escribo esta
reseña, los fiscales de Corea del Sur piden doce años de cárcel para el
vicepresidente de la corporación Samsung, por malversación, cohecho e
implicación por soborno en el escándalo de corrupción que destituyó
a la expresidenta Park Geun-hye.
La aceleración
económico-industrial desenfrenada de uno de los felinos más aventajados de esos
alguna vez llamados “tigres asiáticos” (como Chile en su momento en América
Latina, recibió protección especial en todos los planos y sobre todo en el
financiero por parte de los Estados Unidos) ha provocado disímiles casos
parecidos que la pantalla nacional ha fustigado, de forma tangencial, sin
nombrarlos, pero reiteradamente y a través de la exposición de cómo se expresa
el resultado de esa iniquidad en la sociedad surcoreana.
A la
manera del mexicano Jorge Michel Grau en la también rotunda 7:19 (2016), en su muy bien concebida y
rica muestra genérica de la vertiente catastrofista de la pantalla asiática, El túnel (2017), el realizador Kim Seong-hun abre fuego a discreción contra esa panda de corruptos que
desfalcaron los fondos y materiales para la construcción de numerosos túneles
existentes en el país más meridional de la Península Coreana. Incluso consigna
el número de estas obras ingenieras mal construidas y blancos del robo
corporativo por parte de sus inversores y constructores.
Tras el colapso total de uno de
estos túneles (de ficción), el protagonista del filme es atrapado en su auto en
medio del derrumbe. Cuanto evoluciona desde el momento de la catástrofe hasta
el día de su prolongadísima extracción de ese infierno bajo tierra es una
historia de supervivencia y enclaustramiento - tema con el cual varios
realizadores contemporáneos han estado muy vinculados-, jaezada con la referida
crítica social, la ridiculización al papel de determinados medios en casos como
estos y la generación de muy buenas atmósferas: tanto dentro del túnel hundido
bajo el peso de una montaña, como fuera, en las acciones de salvamento.
Infaltable casi hoy día en una
película coreana, Kim Seong-hun desdramatiza con gotitas de humor colocadas en
goteros correctamente yuxtapuestos al decurso de un relato que, pese a sus dos
horas largas, avanza con notable fluidez y sentido de la cadencia
cinematográfica.
Mérito extra del realizador de
Hard Day es no dejarsea llevar en El
túnel por el estruendo del cine catastrofista yanki, por la
aparatosidad marca de fábrica del género
al otro lado del Pacífico; de tal que confiera mucho más peso en su filme el
elemento humano que a la fanfarria espectacular digitalizada.
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